Ya estamos en feria, la del verano, la feria de agosto, la feria de Málaga. Muchas ferias han pasado desde esta tierna fotografía. Desde entonces, creo que no me he vuelto a vestir de gitana; o tal vez sí, recuerdo un traje rojo, con lunares blancos a la edad de ocho añitos, al que le hice un siete montándome en un carrito de cojinetes de aquellos que hacíamos los niños para deslizarnos cuesta abajo por las calles a la hora de la siesta (hay que ver lo femenina que era, pero ¡y lo bien qué me lo pasaba!)
Aquí tenía dos y el globo hacía más bulto que yo. Mi madre dice que, ya de vuelta a casa, habían desaparecido la flor y el collar. Pero, ¡y lo graciosa que iba! Qué lastima que esa gracia se haya perdido con los años. Y no miento, no tengo ni idea de cómo se baila una malagueña o una sevillana; para bailarlas sería necesario parecerme a la Venus de Milo, porque no sé donde meter los brazos.
Pero a pesar de todo, la feria de Málaga es algo único. De mi infancia guardo recuerdos de los carricoches, del algodón de azúcar, de las bolsitas de chufas, los altramuces y el coco.
De mi juventud, la parte más gamberra. Ya se estrenó la feria de día en el centro, y por la noche, al Real. La inauguración, como no, a lo grande, con fuegos artificiales: todo un espectáculo de luz y…sonido. Y lo de los puntos suspensivos es porque la música sólo se escuchaba por televisión, si los veías en directo, sólo sentías el estruendo, y como te pusieras cerquita, tenías que esquivar las varillas que caían de los cohetes, como aquel año que los vimos en la Malagueta.
Bajar a la feria del centro por lo menos una vez era obligatorio. ¡Cuántas botellitas de Cartojal y platos de jamón y queso han caído! La juerga duraba hasta bien entrada la tarde, y el ambiente no decaía. Había quien pasaba directamente del centro al Real.
Por la noche, como no, al Real. Por el callejón del infierno pasábamos para verlo, no éramos mucho de atracciones, preferíamos gastarnos el presupuesto en las casetas, dónde bailábamos al son de estupendas orquestas que ponían lo mejor de su arte para la fiesta. Alguna actuación especial en la Caseta Municipal, como por ejemplo, el año que actuó Marta Sánchez y luego, de vuelta a casa. O por lo menos, eso intentábamos, ya que no sé que nos ocurría pero al salir siempre pasábamos por delante de la caseta del bingo, y siempre había un menda que nos regalaba cartones, para engancharnos a jugar, nunca nos tocó nada salvo un año que cayó un secador de pelo cutre salchichero, pero el personaje en cuestión no paraba de regalar cartones (juro que nunca compramos un solo cartón). Así que, haciendo mutis por el foro, nos escurríamos para encontrar nuestro coche.
Eso con suerte, porque a la hora de llegada, lo aparcábamos en un llano inmenso semivacío, que inexplicablemente, después aparecía lleno. En los primeros tiempos no se señalizaban los aparcamientos y siempre decíamos al aparcar: “desde aquí se ve el luminoso del Pryca”, pero lo que ocurría horas más tarde era que tu coche había cambiado de color, del polvorín que se levantaba y el susodicho cartel era visible desde cualquier punto de la feria, así que te tirabas media noche buscándolo.
Con la llegada de los niños cambió la cosa; si querías bajar al centro tenías que dejarlos con los abuelos; si los dejabas te daba pena, porque querías pasearlos vestidos de gitano. Total, que terminamos bajando por la tarde, ya con menos bullicio y con el calor más apaciguado, y acabábamos cenando todos juntos, niños y padres, eso sí, hartos de tacones de gitana, sombreros cordobeses y fajines.
La primera incursión de mi hijo mayor al Real de la Feria fue un desastre. Yo no sé lo que se le infundió al niño, que sólo contaba con un añito y medio, al escuchar el escándalo de las atracciones que tuvimos que dejar plantados a la otra pareja que venía con nosotros y nos tuvimos que marchar, para poder calmar al aterrorizado mocoso. ¡Quién lo diría ahora, que fue capaz de montarse en el Huracán Cóndor el año pasado! ¡Nada menos que cien metros de caída libre!
Ahora ya no bajamos al centro, nos da pereza, serán los años; pero sí vamos al Real por la noche, aunque sea una vez. Como los niños ya son grandes y han estado en varios parques temáticos de nuestra geografía, como que pasan de las atracciones, prefieren estar juntos, que es lo que les divierte, y nosotros, los papis, encantados, porque así el gasto se reduce considerablemente. (Je, je, hablando de poco gasto, un año a mis hijos se les antojaron unos peluches de Spyro, el dragoncito del juego de Playstation, de las máquinas esas del gancho, que tiene menos fuerza que un muelle de guita; pues bien, no sabemos que pasó pero con seis euros creo, ¡sacamos seis Spyros para los seis niños que llevábamos! No sabría decir quién se reía más, si los niños, cada uno con su peluche, o nosotros viendo la cara de desesperación del chino; en cuanto nos fuimos le pegó un meneo a los peluches de la urna que los dejó despanzurrados en el fondo.)
Total, esta noche comienza la Feria de Agosto, nuestra Feria. Deseo que todos los que la vivamos la disfrutemos con paz y concordia, con alegría y sin abusos. Que aquellos que montan sus pequeños negocios para estos días que obtengan un beneficio digno, en estos tiempos difíciles que estamos viviendo. Y que todos los malagueños demos ejemplo de acogida a todos los que nos visitan desde otros lugares, para que se sientan como en casa y vuelvan de nuevo. ¡Feliz Feria 2010!
El cartel de este año es obra del artista malagueño José Luis Bola Barrionuevo, es realmente bonito, y refleja la esencia malagueña.