La vida es
un camino de vuelta. De Dios venimos y a Él volvemos. Nuestra vida no es más que un peregrinar más
o menos extenso por este mundo intentando dejar huella fecunda a nuestro paso
hasta que volvamos a nuestro origen. Por
eso, Dios manda ángeles a la Tierra, dándoles forma humana para que nos ayuden
a no perdernos durante nuestro viaje.
Nosotros
tuvimos la suerte de conocer a uno de ellos y de compartir con él una etapa en la que el exceso de señales podría
habernos confundido y habernos hecho tomar un rumbo equivocado.
Durante el
tiempo que nos acompañó nos enseñó a reconocer las señales correctas: el
sentido de la amistad, el significado de pertenecer a una gran familia que, con
pies de barro, tiene sus ojos puestos en la luz de Cristo y con ello, el
compromiso de pasar el testigo; de muchos de nosotros fue, además, testigo de
nuestro compromiso de vida. Luego,
nuestras rutas se separaron aunque siempre mantuvimos la esperanza de volvernos
a encontrar en diferentes etapas del camino. Y así ocurrió.
Sin
embargo, hoy es un día agridulce pues cuando un ángel realiza su cometido con
éxito, Dios lo llama de nuevo a su presencia; y los que seguimos caminando
sentimos cierto vacío en nuestro corazón, aún a sabiendas que ahora hay un
ángel más en el Cielo que seguirá velando por nosotros, de hecho, si prestamos
atención podemos sentir el roce de sus alas; pese a ello, el sentimiento de
nostalgia es inevitable.
Pero la
nostalgia se vuelve gozo y la lágrima, sonrisa al recordar los bellos momentos
compartidos: la excursiones al arroyo Toquero, los campamentos en Tolox, las
fiestas en la guardería, las partidas de ping pong tras el altar de la iglesia
o las tardes de verano en el patio, las verbenas de San Juan con sus sainetes
de los Álvarez Quintero, los champiñones
al ajillo en Casa Galindo,…
Por todos
estos recuerdos y por muchos más, esto no es un adiós, simplemente es un hasta
luego, pues la esperanza de volver a encontrarnos, más tarde o más temprano
mantiene la ilusión de seguir sembrando en nuestro camino con el anhelo de ser
huella para los que sigan nuestros pasos. Descanse en paz, D. José Carretero
Ruiz, aunque para nosotros es y será siempre, Pepe el cura.