Aquella tarde se arregló con esmero. La ocasión lo merecía. Después de tantos meses de una normalidad cotidiana, tenía ganas de sorprender a los demás.
El vestido que escogió resultaba muy favorecedor, tanto por el color como por el diseño: sencillo y cómodo de llevar, era muy apropiado para aquella calurosa tarde de verano. Se maquilló con coquetería: un poco de sombra, máscara, rubor y un tono suave para los labios. Algo discreto que, sin embargo, marcaba la diferencia con su día a día de cara lavada. Para terminar, un toque de su perfume preferido: un gesto a la vista, muy simple, y que, sin embargo, adquiría en su subconsciente una dimensión mayor, algo así como un escudo protector que la hacía sentirse más segura de si misma. Al salir, un último vistazo en el espejo, y, con una sonrisilla burlona, pensó: “vestida para matar”.
Cuando llegó a la fiesta, todavía no estaba muy concurrida. Saludó a sus amigos quienes, con familiaridad, la felicitaron por su acicalada imagen. La reunión se fue ambientando, iba llegando más gente y la conversación se tornaba más animada, cuando, de repente,… esa mirada.
Fue un instante fugaz, de apenas unos pocos segundos, pero que pareció durar una eternidad, como si el mundo se hubiera detenido de repente. Era una mirada en la que, sin una sola palabra, se dijeron muchas cosas: sorpresa, admiración, atracción,… Era una mirada que la hizo sentirse muy viva, que la hizo sentirse muy mujer. La sonrisa y la leve inclinación de cabeza que la acompañaron hicieron que las mariposas que sentía revolotear en el estómago, subieran hasta su rostro en forma de intenso sonrojo, hasta tal punto que tuvo que desviar su mirada hacia otro lado, y, en ese instante, se rompió la magia.
Mucho tiempo después recordaba aquella tarde y aquel momento, y pensó que la vida esta llena de pequeños detalles, pequeños gestos, pequeños instantes que hacen que nuestra existencia se vuelva especial, plena, como aquella mirada, que aquella tarde, la hizo sentirse tan mujer.
(Para Iris, en un intento, más o menos logrado, de recuperar algo que todavía ella posee)
El vestido que escogió resultaba muy favorecedor, tanto por el color como por el diseño: sencillo y cómodo de llevar, era muy apropiado para aquella calurosa tarde de verano. Se maquilló con coquetería: un poco de sombra, máscara, rubor y un tono suave para los labios. Algo discreto que, sin embargo, marcaba la diferencia con su día a día de cara lavada. Para terminar, un toque de su perfume preferido: un gesto a la vista, muy simple, y que, sin embargo, adquiría en su subconsciente una dimensión mayor, algo así como un escudo protector que la hacía sentirse más segura de si misma. Al salir, un último vistazo en el espejo, y, con una sonrisilla burlona, pensó: “vestida para matar”.
Cuando llegó a la fiesta, todavía no estaba muy concurrida. Saludó a sus amigos quienes, con familiaridad, la felicitaron por su acicalada imagen. La reunión se fue ambientando, iba llegando más gente y la conversación se tornaba más animada, cuando, de repente,… esa mirada.
Fue un instante fugaz, de apenas unos pocos segundos, pero que pareció durar una eternidad, como si el mundo se hubiera detenido de repente. Era una mirada en la que, sin una sola palabra, se dijeron muchas cosas: sorpresa, admiración, atracción,… Era una mirada que la hizo sentirse muy viva, que la hizo sentirse muy mujer. La sonrisa y la leve inclinación de cabeza que la acompañaron hicieron que las mariposas que sentía revolotear en el estómago, subieran hasta su rostro en forma de intenso sonrojo, hasta tal punto que tuvo que desviar su mirada hacia otro lado, y, en ese instante, se rompió la magia.
Mucho tiempo después recordaba aquella tarde y aquel momento, y pensó que la vida esta llena de pequeños detalles, pequeños gestos, pequeños instantes que hacen que nuestra existencia se vuelva especial, plena, como aquella mirada, que aquella tarde, la hizo sentirse tan mujer.
(Para Iris, en un intento, más o menos logrado, de recuperar algo que todavía ella posee)
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