Erase una vez un padre y un hijo. Tenían un terreno de olivos, y llegado el tiempo de varear las aceitunas, el padre le dijo al hijo: “Ve al monte a buscar una rama larga y bien derecha para varear, pero elígela bien; sólo te pongo una condición: tienes que escogerla en el camino de ida, no en el de vuelta.”
El hijo emprendió el camino y llegó al monte. Y empezó a subirlo, fijándose en las ramas de los árboles que encontraba a su paso, pero ninguna le parecía lo suficientemente derecha. Y subió y subió, y no daba con la rama que buscaba, y sin darse cuenta, llegó a la cima. “¿Y ahora que hago?” – pensó – “Mi padre me dijo que escogiera la rama en la ida y ninguna me ha parecido lo bastante buena.” Y mirando alrededor, vio en un árbol una rama bien larga, pero bastante torcida y, sacando su hacha la taló y emprendió la vuelta a casa.
A veces, en la vida, nos pasa como al joven del cuento, que nuestras expectativas son tan altas que nada nos parece lo suficientemente bueno y acabamos eligiendo la peor opción. Y nos ocurre en todos los campos: en el material, en el laboral, y particularmente, en el personal. Cuando elegimos a nuestros amigos o a nuestra pareja, debemos tener en cuenta sus virtudes, pero también sus defectos. Pero sobre todo, debemos tener en cuenta nuestras propias virtudes, y aún más, nuestros propios defectos.
1 comentario:
Que gran verdad. De donde sacas tu estos chascarrillos? Me gustan, mucho.
¿Qué tal todos?
Besos y feliz semana.
Que poquito nos queda, haber si luego te envió un mail que te quiero preguntar una cosa, haber si has oído algo.
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