Las dimensiones en las que puede crecer una persona son cuatro: la corporal, la intelectual, la moral y la espiritual. Todos los padres tenemos la misión de hacer crecer a nuestros hijos en todas estas dimensiones. En la corporal, procuramos darles a nuestros hijos la mejor alimentación, para que crezcan sanos y fuertes: además procuramos que desarrollen alguna actividad física para que puedan desarrollar sus potenciales. Desde la dimensión intelectual, desde luego, ¿qué padre no se preocupa por escolarizar a su hijo? Como no, intentando que tengan a su alcance los mejores materiales de estudio. Además nos place que lo básico se complemente con actividades para la que nuestros hijos tienen un don, como por ejemplo, la música o la pintura. En cuanto a la dimensión moral, todos procuramos inculcarles una serie de valores, de convivencia, de sociabilidad,… Pero llegado el momento de desarrollar la dimensión espiritual, esta pobre queda como el palito más corto del juego de los palitos.
¿En qué consiste la dimensión espiritual? Simplemente en consolidar que el principio y fin de las otras tres dimensiones es Dios. Así de simple. Esto es fácilmente entendible por un creyente, no hay muchas vueltas que darle, pero para la gran mayoría es una simpleza que no tiene la más mínima importancia.
La semana pasada comenzó la iniciación cristiana para niños en todas las parroquias de Málaga. En todas ellas, los padres, libremente, acudieron para solicitar este servicio. En la mía, como en todas las demás, ya llevábamos más de un mes trabajando y preparándonos para iniciar este nuevo ciclo. Doy fe del entusiasmo y cariño que ponen todos los catequistas, muchos de los cuales trabajan fuera de casa, además de cuidar de sus familias y sus hogares, pero aún así, dedican un “muchito” del tiempo que les falta para prestar este servicio, con el único pago de sentirse testigos de una fe. No estamos, como hemos llegado a oír, para “pasar un rato entretenidas”. Nuestras familias dan fe de lo que corremos y del tiempo que empleamos no sólo en la parroquia, sino también en casa, para preparar las sesiones de catequesis, incluso han participado en la preparación de más de una actividad. Ser catequista no es una obligación, es más bien, una necesidad y esto sólo es comprensible desde una postura de fe (véase I Cor, 9-16). Así que dadas nuestras circunstancias, nos prestamos al servicio adecuándonos al resto de nuestras obligaciones. Resultado: veintitantos catequistas no ponemos al servicio de unos trescientos niños, de martes a viernes. Al ver la cifra se puede pensar que tampoco es para tanto pero esto es un arma de doble filo. ¿Por qué? Porque los niños están también asistiendo al conservatorio, o al fútbol, o al balonmano, o a… un suma y sigue que no para.
Por eso, tras varias tardes cuadrando horarios y adjudicando grupos delante del ordenador, concluida la reunión con los padres hubo un aluvión de solicitudes para cambiar a los niños de día, porque ya lo tenían ocupado. Y no sólo con los niños que comenzaban su iniciación sino también con los que ya están en pleno proceso. Inaudito, no nos lo podíamos creer, el trabajo de varios días tirado a la basura. Además, la idea de cambiar el día de sus otras actividades, impensable, por eso decía yo al principio lo del palito más corto. Aún más, nos pedían un día concreto porque el resto de la semana lo tenían ocupado todos los días. Otra excusa: que no habían caído con los amiguitos del colegio. Craso error por parte de los padres; el espíritu de la Iglesia es de puertas abiertas, de fomentar la creación de nuevos vínculos y no de grupos cerrados. Para muestra, un botón: mi mejor grupo hasta la fecha, estaba formado por nueve niños de cinco colegios distintos y se hicieron una piña. Suelo verles por el barrio y en la parroquia, y el vínculo de cariño sigue ahí, no solo con ellos sino que también con sus padres.
Así que por parte de los catequistas únicamente nos queda rehacer el trabajo y por parte de todos, procurar lo mejor para los niños en las cuatro dimensiones y no olvidarnos de que los niños son sobre todo, eso: niños. Y los niños ¿qué hacen? Jugar.
2 comentarios:
Yo doy fe de la trabajera que tú tienes. Muchas veces he pensado, madre mía como tiene ganas de pasar de la siestecita e irse a enseñarles a los hijos de otros a cambió de... nada. Después llegué a la conclusión de que para ti ese "nada" es mucho. En fin, vamos a ver que día me toca a mi, y como nos organizamos.
Besos y feliz martes
Mi querida amiga pasé a saludarte y leo este hermoso post.
¡Dios te bendiga por tu entrega a la formación cristiana de los niños!
Un abrazo en Cristo.
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