Con motivo de mi primer cumpleblog, mi amiga Alicia me regaló esta bonita felicitación, amén de un hermoso comentario que me llegó al alma. Lo que ella no podía imaginar es el maravilloso montón de recuerdos que me vinieron a la mente al ver este lindo dibujo de Sarah Kay.
Tengo guardado como oro en paño, un álbum de cromos adhesivos con dibujos de Sarah Kay que tiene la friolera de ¡veintinueve años! Se dice pronto. Es como una preciada alhaja que me gustaría dejar algún día a una nieta, ya que yo sólo tengo hijos varones.
Realmente no podría cuantificar su valía, en absoluto es material, es más bien espiritual; es, como dice en la contraportada, un “mundo intacto”, el mundo intacto de Sarah Kay. Sus dibujos han dado la vuelta al mundo, desde su Australia natal desde hace décadas y por lo menos a mí, cuando los miro con minuciosidad me siguen transportando a un mundo mágico y apacible, de paisajes bucólicos, llenos de dulzura, de inocencia infantil, de golosinas, de gatitos y perritos que dan ganas de estrechar entre los brazos, y sobre todo, de hermosos sentimientos como la amistad, el cariño al hogar y a las cosas sencillas.
Contaba yo con quince años de edad (¡quién los tuviera de nuevo!) cuando conseguí completar este álbum. Cursaba 2º de BUP y lo mismo cambiaba los cromos repetidos que leía novelas de Bianca o Jazmín. Otra actividad, compartida con el resto de mis compañeras, era jugar y hacer trastadas y bromas al resto. Cierta tarde, en el cambio de clase, mientras se iba un profesor y llegaba el siguiente se nos ocurrió algo “genial”: quitarles un zapato a las demás y arrojarlo por los ventanales al patio central. Mi instituto era y es una antigua casa-palacio del siglo XVIII y mi aula estaba en la segunda planta. Durante un rato, estuvimos bastante entretenidas y muertas de risa, hasta que el Jefe de Estudios, a la par profesor de Sociales paró la broma, haciendo requisar el último par de zapatos al conserje. Casualidades de la vida, el par era mío y para más inri, nos tocaba dar clase con él. Así que heme yo aquí, sentada en mi mesa, descalza de los dos pies y encomendándome a todos los santos para poder regresar a mi casa calzada como era debido. Antonio González, que así se llamaba el profe, entró en la clase con cara de pocos amigos y no mencionó nada al respecto. Nosotras, calladas como mudas. Al cuarto de hora más o menos, Antonio dijo: “Espero que los zapatos que hay en conserjería no sean de esta clase” ¡Madre mía! Ahí se me cayó el cielo encima y empecé a llorar como una descosida. Al pobre hombre le dio pena y no le quedó más remedio que devolverme los zapatos, seguramente pensando que la llantina que me entró era el mejor castigo que podía recibir.
Unos meses más tarde, ya en primavera, estábamos dando clase con él de nuevo. El calorcillo primaveral y el tema de aquel día, que tenía que ser un poquito tedioso hicieron que me entrara esa morriña tan peculiar que hizo escapar un sonoro bostezo que no pude resistir. Todas giraron la cabeza hacia mí, incluido el profesor, que dijo con sorna: “¡Ay, Guadalupe, Guadalupe, que un día vas a perder los zapatos del alma!” Yo me puse roja como la grana y le resto de mis compañeras y el profe, muertos de la risa. ¡Qué tiempos! ¡Mira que era guasona! Como esta batallita, muchísimas otras y hoy, este lindo dibujo que Alicia me regaló me hizo recordarla.
Otro día contaré otra.
3 comentarios:
jajaja, me hiciste reir mi querida amiga. ¡Vaya niña "tímida" que fuiste!.
De adolescente me encantaba Sarah Kay y ahora de mayor la sigo queriendo y me sigue transportando a un mundo mágico como el que describes.
Dios quiera que algún día puedan heredar tu albúm tus nietas. Creo que en ese entonces tendrás tus propias Sarah. Ya te imagino feliz con las niñas.
Besos desde Argentina para tí.
Curiosa la respuesta. Un Saludo.
Mientras estaba leyendo...me ha resultado tan fácil imaginarme a mi Lupe, en la clase, sin los zapatos...
Ay mi Lupe¡¡¡¡Que trasto tenias que ser.
Espero que un día me muestres ese álbum de Sarah Kay.
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