Hoy no es 8 de marzo, no es el Día de la Mujer Trabajadora. De hecho, ¿quién es la mujer trabajadora? ¿La que trabaja fuera de casa? ¿O dentro? ¿O en los dos lados? Prefiero celebrar la festividad de San Juan de Dios, que coincide en el día y que conmemora a un hombre que trabajó, no sólo de día, sino también de noche, entregando su vida a los más desfavorecidos. Alguien digno de admirar e imitar.
Volviendo al tema, soy ama de casa y a mucha honra. Hace dieciséis años que no trabajo fuera de casa, pero dentro curro una “jartá”, como decimos por aquí. Mi horario de trabajo es de 24 horas, porque el día no tiene más. Todas esas horas me las administro como quiero, o sea, que soy una profesional independiente, pero al final de cada uno de esos días, cumplo con mi tarea y si algún día queda algo pendiente, así se queda, para añadir a las tareas del siguiente.
En su día trabajé fuera de casa, compaginándolo con mis tareas caseras pero llegó el momento de ser mamá y hubo que tomar una decisión. Eran los tiempos en los que la conciliación laboral-familiar era todavía un germen y no había colores para elegir, sólo blanco o negro, así que decidí quedarme en casa.
No me arrepiento de todos estos años vividos de un estilo, llamémosle, “tradicional”. Mi recompensa ha sido mucha, he tenido la tranquilidad de tener que levantar a mis hijos sólo para ir al colegio, así como la de estar a su lado cuando han estado enfermos, sin tener que cargarle la responsabilidad a nadie, aunque sé que se ofrecían con todo el cariño del mundo, pero soy de la opinión de que los abuelos tienen todo el derecho del mundo de ser abuelos, no padres de nuevo, y de consentir a los nietos a pesar de nuestras quejas, para un ratito la cosa está bien; ellos ya tuvieron sus años de lucha y ahora les toca relajarse.
He sido, y creo que sigo siendo, buena administradora de mi tiempo, con lo cual, en estos años, he podido otorgar a mis hijos horas de solaz, de juegos, de estar en familia, sin carreras, sin agobios. He podido ayudarles en sus tareas escolares sin prisas ni tareas acumuladas; mi relación con su centro educativo ha llegado mucho más lejos que unas cuantas tutorías, colaborando en actividades escolares y convirtiendo en amistad el vínculo profesor-padre.
No he estado apartada del mundanal ruido; he tenido tiempo de formarme, de dedicar una parte de mi tiempo a no quedarme anclada en el pasado, a ir con las nuevas tecnologías. Creo que soy una mujer de mi época, sino inteligente, al menos lo bastante espabilada como para no quedarme desfasada. Hasta hace poco he sido autodidacta y he de admitir, sin ánimo de ser pretenciosa, que he dejado boquiabierto a más de uno. No hay nada peor que los prejuicios y colgar etiquetas a priori; para muchos, ama de casa y nuevas tecnologías que no sean las ubicadas en el ámbito de la cocina son conceptos que no casan.
Lo peor del caso es que, a veces, somos las propias mujeres las que colgamos estas etiquetas. Parece que nuestro género no peca de corporativismo, y es una pena.
Ahora, en estos malos tiempos que nos están tocando vivir, en los que el futuro no pinta nada halagüeño, me toca de nuevo recargar pilas. Volver a incorporarse al mundo laboral es todo un desafío. Mantengo la ilusión y el optimismo que me caracterizan, más cuando descubro todo lo que aprendo. Mi jornada se ha vuelto mucho más intensa, casi un 200% más y aún así, me siento capaz de llevarlo hacia delante. Y es que, aunque suene a tópico, es verdad, las mujeres, además de saber qué color es el fucsia, sabemos hacer dos, tres y cuatro cosas a la vez. Cómo veis, me gusta reírme, sobre todo de mi misma.
Por eso hoy, aunque no sea 8 de marzo, quiero romper una lanza por todas las mujeres: las que trabajan dentro, las que trabajan fuera, las que trabajan en los dos lados, las que tienen la suerte de no trabajar en ninguno. Chicas, ¡somos geniales!
Volviendo al tema, soy ama de casa y a mucha honra. Hace dieciséis años que no trabajo fuera de casa, pero dentro curro una “jartá”, como decimos por aquí. Mi horario de trabajo es de 24 horas, porque el día no tiene más. Todas esas horas me las administro como quiero, o sea, que soy una profesional independiente, pero al final de cada uno de esos días, cumplo con mi tarea y si algún día queda algo pendiente, así se queda, para añadir a las tareas del siguiente.
En su día trabajé fuera de casa, compaginándolo con mis tareas caseras pero llegó el momento de ser mamá y hubo que tomar una decisión. Eran los tiempos en los que la conciliación laboral-familiar era todavía un germen y no había colores para elegir, sólo blanco o negro, así que decidí quedarme en casa.
No me arrepiento de todos estos años vividos de un estilo, llamémosle, “tradicional”. Mi recompensa ha sido mucha, he tenido la tranquilidad de tener que levantar a mis hijos sólo para ir al colegio, así como la de estar a su lado cuando han estado enfermos, sin tener que cargarle la responsabilidad a nadie, aunque sé que se ofrecían con todo el cariño del mundo, pero soy de la opinión de que los abuelos tienen todo el derecho del mundo de ser abuelos, no padres de nuevo, y de consentir a los nietos a pesar de nuestras quejas, para un ratito la cosa está bien; ellos ya tuvieron sus años de lucha y ahora les toca relajarse.
He sido, y creo que sigo siendo, buena administradora de mi tiempo, con lo cual, en estos años, he podido otorgar a mis hijos horas de solaz, de juegos, de estar en familia, sin carreras, sin agobios. He podido ayudarles en sus tareas escolares sin prisas ni tareas acumuladas; mi relación con su centro educativo ha llegado mucho más lejos que unas cuantas tutorías, colaborando en actividades escolares y convirtiendo en amistad el vínculo profesor-padre.
No he estado apartada del mundanal ruido; he tenido tiempo de formarme, de dedicar una parte de mi tiempo a no quedarme anclada en el pasado, a ir con las nuevas tecnologías. Creo que soy una mujer de mi época, sino inteligente, al menos lo bastante espabilada como para no quedarme desfasada. Hasta hace poco he sido autodidacta y he de admitir, sin ánimo de ser pretenciosa, que he dejado boquiabierto a más de uno. No hay nada peor que los prejuicios y colgar etiquetas a priori; para muchos, ama de casa y nuevas tecnologías que no sean las ubicadas en el ámbito de la cocina son conceptos que no casan.
Lo peor del caso es que, a veces, somos las propias mujeres las que colgamos estas etiquetas. Parece que nuestro género no peca de corporativismo, y es una pena.
Ahora, en estos malos tiempos que nos están tocando vivir, en los que el futuro no pinta nada halagüeño, me toca de nuevo recargar pilas. Volver a incorporarse al mundo laboral es todo un desafío. Mantengo la ilusión y el optimismo que me caracterizan, más cuando descubro todo lo que aprendo. Mi jornada se ha vuelto mucho más intensa, casi un 200% más y aún así, me siento capaz de llevarlo hacia delante. Y es que, aunque suene a tópico, es verdad, las mujeres, además de saber qué color es el fucsia, sabemos hacer dos, tres y cuatro cosas a la vez. Cómo veis, me gusta reírme, sobre todo de mi misma.
Por eso hoy, aunque no sea 8 de marzo, quiero romper una lanza por todas las mujeres: las que trabajan dentro, las que trabajan fuera, las que trabajan en los dos lados, las que tienen la suerte de no trabajar en ninguno. Chicas, ¡somos geniales!
1 comentario:
Ains, mi L, que cosas más bonitas escribe. Y que razón tienes, ya sabes tú que yo poco devota, jeje, pero comparto todo lo que dices más arriba.
Muchas felicidades a los dos. Y a por esa plata, que ya es vuestra!!
Eva
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