martes, 29 de junio de 2010

29 de Junio

Shimon bar Joná, nació en Betsaida, Galilea, hijo de Juan, hermano de Andrés, de oficio pescador. Abandonó su oficio para seguir a Jesús, junto a su hermano y a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Hombre sin estudios, con una fuerte personalidad y genio. Muy cercano a Jesús, que lo renombró con el nombre de Pedro (en griego, Petrus, que significa “piedra”). Tras la muerte de Jesús se erige como dirigente de la incipiente Iglesia, predica entre los judíos, aunque fue el primero en bautizar a un cristiano no judío en Cesarea. Hacia el año 44 fue encarcelado por Herodes Agripa, escapó y abandonó Jerusalén, predicando por Asia Menor, Siria y Grecia. Llamado “el príncipe de los apóstoles”, fue el primero en realizar un milagro público. Pablo lo llamaba Kefás, que quiere decir “roca” en arameo. Sus últimos años los vivió en Roma, donde murió martirizado hacia el año 64-67.

Saulo, nació en Tarso, Cilicia (la actual Turquía), hacia el 4-15 d.C., judío fariseo de cultura helenística, con ciudadanía romana. Con formación teológica, filosófica, mercantil, jurídica y lingüística, fue en sus primeros tiempos, perseguidor de los discípulos de Jesús. De hecho participa en la lapidación de San Esteban, el primer mártir. Pero en el año 36, camino de Damasco, Jesús se le aparece y se convierte en el defensor más férreo del cristianismo. Llamado “el apóstol de los gentiles”, por predicar a aquellos que no eran judíos, realizó tres grandes viajes misionales que abarcaron los territorios de Grecia, Asia Menor, Siria y Palestina. Renombrado Pablo (Paulus, en latín, significa “el pequeño), fue apresado y decapitado en Roma, durante el mandato de Nerón, hacia el año 67.

Dos grandes hombres y una misma pasión, Jesucristo. Hoy, 29 de Junio se conmemora su muerte. Un ejemplo a seguir por todos nosotros.

lunes, 28 de junio de 2010

Aquellos maravillosos años


Mis hijos se van este verano de campamento, una experiencia nueva que tengo la completa seguridad de que también les va a resultar muy enriquecedora. Como los padres no podemos ir los días que estén allí, este fin de semana fuimos a conocer el lugar. La impresión, para mí, fue más que buena y los niños superencantados con las instalaciones, la presentación de las actividades que realizarán, así como el equipo de personas que van a estar pendientes de ellos.

Lo que si me resultó más que cómico fue la reacción de algunas mamás ante el tema de no saber nada de los niños durante esos días, y no es que a mí mis hijos no me duelan, al contrario, el síndrome de gallina clueca sobrevuela sobre mí de una manera más o menos evidente, pero entiendo que ya va siendo hora de ir cortando ese cordón umbilical invisible que nos une para que vayan aprendiendo a ser hombres.

Nuestros hijos están “muy tiernos”, mami o papi están ahí siempre para solucionar los problemas y, a veces, es preferible ayudarles a levantarse que impedir la caída.

Esta experiencia que van a vivir les va a enriquecer más de lo que ellos mismos creen: conocer a otros niños de diferentes lugares, compartir habitación, ayudar en la tareas, vivir en plena Naturaleza; acciones ya de por sí realmente positivas y que además les van a hacer descubrir el valor de lo que poseen, no desde el lado material, sino desde el moral, el emotivo y el religioso.

Y yo, encantada con la idea, ya que me hizo recordar una experiencia idéntica que viví con la misma edad que ellos tienen ahora.

Recuerdo con mucho cariño los campamentos que organizaba Pepe el cura todos los veranos, con los niños de la parroquia. ¡Aquello sí que era rústico! Donde van mis hijos ahora es un complejo caribeño comparado con aquello, ¡pero qué bien nos lo pasábamos!

Era una antigua escuela rural acondicionada para campamentos. El acondicionamiento no era otro que dos hileras paralelas de literas dispuestas entre lo que había sido el aula y la capilla, que todavía conservaba el pequeño sagrario abierto y desacralizado. Aunque había cuarto de baño, no había ni luz ni agua corriente; el inodoro, un fantástico olivar que había un poco más allá, que amanecía con jirones de papel higiénico como si el perro de Scottex hubiera pasado por allí, y la bañera, unas fabulosas pozas de agua del río que vadeaba cuesta abajo, tras una hilera de eucaliptos. Los platos se fregaban en la acequia del huerto del vecino y el agua para beber y cocinar, venía todas las mañanas, en garrafas, desde la venta que había a dos kilómetros, en el cruce.

Recuerdo con mucho cariño las veladas nocturnas, con improvisadas fiestas de disfraces, la canción del “ani kuni”, las pedradas a la vieja campana de la escuela, a Paco Díaz y su mala fortuna para dormir en la litera de arriba, las caminatas hasta la central eléctrica en un intento de cansarnos para que nos acostáramos temprano, con las historias de miedo del cura y el cachondeo de los niños, el chiste del de la boca abierta, las artes donjuanescas de Augusto, la excursión al pueblo con piscina municipal incluida, a Pepe el cura, al que quiero mucho y sobre todo, esas hermosas noches donde millones de estrellas poblaban el cielo.

Por eso me gustaría que mis hijos vivieran una experiencia igual, por la sensación de autonomía que se siente, por el sentido de la responsabilidad que se adquiere, y por los recuerdos que se guardan. Por todos los que están en la fotografía, hoy hombres y mujeres de pro, padres como yo, por compartir aquellos maravillosos años. Va por vosotros.

miércoles, 23 de junio de 2010

Mis noches de San Juan

¡Cómo han cambiado los tiempos! ¿O habré sido yo? Llevo todo el día dándole vueltas a la cabeza y recordando como vivíamos las noches de San Juan cuando era niña y en mis tiempos de adolescente.

El modo de interrelacionarse de la gente era distinto, como más sencillo, más familiar. Yo me crié en una barriada de clase obrera, de gente venida del pueblo, de familias que volvían tras años de emigración. Viviendas de protección oficial donde la mañana del 6 de Enero, las escaleras sufrían un constante subir y bajar de niños viendo los juguetes que nos habían traído los Reyes Magos; viviendas donde un grifo abierto movilizaba a todo el bloque con escobones y fregonas en la mano; viviendas donde todas las solteras engalanaban el portal con claveles para la salida de una novia camino de la iglesia; viviendas donde el portero electrónico era la voz de nuestras madres.

Ahora nos hemos vuelto más egocéntricos. Muchos ansiamos tener un chalecito, aunque sea adosado, y generalmente, si vivimos en bloques de viviendas no nos sabemos los nombres de nuestros vecinos. Muchas veces añoro aquel estilo de vida, que seguramente también tendría sus más y sus menos, pero que destilaba humanidad por los cuatros costados.

Las noches de San Juan de mi niñez eran memorables, no sólo por la noche en si, sino por los preparativos. Días antes, todos los niños del bloque nos movilizábamos: hacíamos recogida de papeles y cartones para venderlos al peso en la trapería y con el dinero obtenido comprábamos papel de seda para hacer cadenetas, o para comprar farolillos. Visitábamos todas las carpinterías cercanas para que nos dieran serrín para rellenar el “júa”, mientras nuestras mamás buscaban en los armarios ropas viejas para realizarlo.

¿Qué es el “júa”? Es un monigote de trapo, relleno de serrín que se quema en la hoguera llegada la medianoche. Podía ser un personaje conocido, o cotidiano, pero realizado con muchísimo sentido del humor.

Las calles de mi barrio, nacido a mediados de los sesenta, no tuvieron nombre hasta los años ochenta, y hasta entonces las identificábamos con el número del bloque: la calle del bloque 36, la del 31A,… De hecho, los que somos de aquella época, sabemos las direcciones a la antigua usanza, no con los nombres nuevos.

La mañana del 23 de Junio, los niños de mi bloque, o sea, la calle del 36, con una bolsa de Colamina, cuatro brochas y la ayuda de un adulto, blanqueábamos la fachada del bloque, para que estuviera bonita. Una vez terminada la pintura, Trini, la vecina del primero, baldeaba la calle para que estuviera fresquita. Por la tarde, en la frescura del portal, rematábamos el júa que después sentábamos debajo de uno de los tres naranjos que tenía nuestra calle. Colgábamos las cadenetas y farolillos y subíamos a ponernos guapos por turnos, para que no nos quitaran el júa o los farolilos.

Al caer la tarde, los vecinos bajaban sus sillas al portal y montaban una tertulia mientras los niños bailábamos con la música de un radiocassette. Algún año hubo hasta aperitivo, y así esperábamos ansiosos a que llegara la medianoche para quemar el muñeco en la hoguera. Los petardos eran también elemento indispensable de aquella fiesta. Recuerdo las enormes hogueras en el llano donde hoy se erige una zona de aparcamientos, los saltos de los mozalbetes sobre las ascuas, el olor a quemado y el estallido de los petardos.

Ya en mi adolescencia, llegó el tiempo de las verbenas, donde el toque de queda paterno se ampliaba dos o tres horas sobre la permitida. Los concursos de misses dónde las guapas y no tan guapas del barrio pugnaban por el premio. Los intentos de colarnos pasándonos los tickets por los huecos de la valla y los primeros amores.

Con el tiempo, todo se fue difuminando. Las parejas jóvenes fueron formando su hogar en otros barrios. El barrio se fue haciendo mayor y cambió la fisonomía de sus vecinos. Es el lógico paso del tiempo, que se acepta con naturalidad, pero a veces, la nostalgia te sopla en el corazón y te deja un regustillo agridulce, más cuando se recuerdan fechas como ésta.

La Noche de San Juan

Esta noche es la noche de San Juan, es una noche que muchos califican de mágica, y verdaderamente, tiene algo especial. Desde tiempos ancestrales, la humanidad, en el hemisferio norte, ha celebrado la llegada del solsticio de verano con ritos donde el fuego cobra una vital importancia. La costumbre de encender hogueras como deseo de darle más fuerza al Sol, además de la acción purificadora del fuego ha sido común en celtas, romanos, griegos,… En la actualidad, aunque la noche más corta realmente es la del 21 de junio, la celebración varía según el país, y en España se celebra la madrugada del 24.



A este origen pagano se suma un carácter religioso. ¿Por qué celebramos la festividad de San Juan el día 24 de Junio? Según narra San Lucas en su Evangelio, María, tras la anunciación, fue a visitar a su prima Isabel cuando ésta estaba de seis meses de embarazo. Si celebramos el nacimiento de Jesús el 24 de Diciembre (curiosamente, coincidiendo con el solsticio de invierno), seis meses antes sería el 24 de Junio. Lo paradójico de la festividad es que San Juan Bautista es el único santo del santoral del que se celebra su nacimiento, no su muerte. Cuenta además la tradición religiosa, que Zacarías, padre de Juan, encendió hogueras para anunciar a sus parientes el nacimiento.


Una tradición ancestral, de origen pagano, fuertemente arraigada, se cristianiza, sin perder por eso su aura mágica. Metafóricamente se puede decir que el nacimiento del Sol Menor precede al nacimiento del Sol Mayor.

(fuente : http://www.actosdeamor.com/nochesanjuan.htm)

martes, 22 de junio de 2010

¡Vacaciones!


¡Por fin! Ya estamos de vacaciones. Después de estos últimos días de colegio, ya podemos cambiar el chip.

La verdad es que hacía falta; después del ritmo de los últimos meses, los cuerpos y las mentes pedían a gritos un cambio.

Mis hijos están exhaustos: el tirón final de exámenes globales, resúmenes de libros, trabajos de Tecnología, etc. los tenía estresados. El esfuerzo ha valido la pena, y, como siempre, las calificaciones así lo demuestran, por eso se dejará caer algún detallito como recompensa al trabajo.

El plan del verano, el mismo que el de hace cuarenta años: playa, playa y más playa, piscina y relax. Los tiempos de crisis no dan para más, pero no importa. Ya somos afortunados por vivir en una ciudad como Málaga, con la playa ahí al lado. Y, además, con los tiempos, los estilos han cambiado: Cuando era niña, íbamos a la playa en autobús. ¿Quién no se ha montado en el coche del Chanquete? Nos levantábamos muy temprano para coger el coche en la cabecera, en la barriada anterior a la nuestra, para poder coger asiento, y nos repartíamos el utillaje: los niños, las sillas de la playa y la sombrilla, y las mamás, las cestas y neveras de playa. El autobús parecía una lata de sardinas, lleno hasta los topes, pero era realmente divertido.

De adolescente, íbamos en pandilla a Pedregalejo, a los espigones, con la toalla, el bronceador de zanahorias y el bonobús; como el presupuesto era tan ajustado, el trayecto desde nuestro barrio al centro lo hacíamos a pie, y desde el parque a la playa cogíamos el autobús del Palo.

Ahora, que ya se notan los años, nos hemos vuelto más señoritos: vamos en coche, eso sí, cargado hasta los topes: Superbolsón de playa, nevera, sombrilla XXL, hamacas,… y gracias a Dios que ya pasó el tiempo de bañeritas, pistolas de agua y cubitos. Vistos de lejos, parecemos exiliados. Ya en la playa, un espectáculo: primero una sombrilla, después otra, y otra,… nos juntamos hasta cinco familias y acabamos echando a la clásica parejita que estaba tan tranquila tomando el sol.

La juerga está asegurada, formamos más escándalo los mayores que los niños. Primero, clavando la sombrilla, que tiene su intríngulis. Menos mal que han inventado una cosa que parece un taco gigante que yo denomino el “violador de playa”: un pincho hueco con forma helicoidal que se hinca en la arena y dentro metes el palo de la sombrilla, lo que te garantiza que no se oxide. Y el colmo del playeo: el “pulpito”, un aro con cuatro ganchos que se cuela por el palo de la sombrilla y se aprieta con un tornillo y hace las veces de perchero. ¡El no va más de la comodidad! Ni el mismo McGyver inventaría una cosa así.

Una vez colocada la sombrilla, hamacas en posición de tertulia, bolsa de pipas en mano, y ¡a echar la tarde! Tras las pipas vienen los bocatas, y así nos pasamos la tarde, comiendo y dándole a la sinhueso, con idas y venidas intermitentes al agua. Cuando ya se pone la tarde, pues ya no queda otra que recoger, con cierta pereza, porque queda el empujoncillo final de enjuagar todo en casa. Pero al día siguiente, ¡vuelta a empezar!

Así que, preparándome con muchas ganas para otro estupendo verano, quiero desearos uno igual para todos los que me visitáis aquí. Que recarguéis pilas para el otoño-invierno y que no dejéis de venir a visitarme, que yo sigo aquí, o en el rincón de mis caprichos, siempre que la inspiración no me abandone y compartiendo con vosotros mis cosillas. ¡Feliz verano!

viernes, 18 de junio de 2010

¿Quién es tu mamá?


- Mamá es esa señora que lleva en el bolso un pañuelo con mis mocos, un paquete de toallitas, un chupete y un pañal de emergencia.
- Mamá es ese cohete tan rápido que va por casa disparado y que está en todas partes al mismo tiempo.
- Mamá es esa malabarista que pone lavadoras con el abrigo puesto mientras le abre la puerta al gato con la otra, sosteniendo el correo con la barbilla y apartándome del cubo de basura con el pie.
- Mamá es esa maga que puede hacer desaparecer lágrimas con un beso.
- Mamá es esa forzuda capaz de coger en un solo brazo mis 15 kilos mientras con el otro entra el carro lleno de compras.
- Mamá es esa campeona de atletismo capaz de llegar en décimas de segundo de 0 a 100 para evitar que me descuerne por las escaleras.
- Mamá es esa heroína que vence siempre a mis pesadillas con una caricia.
- Mamá es esa señora con el pelo de dos colores, que dice que en cuanto tenga otro huequito, sólo otro, va a la pelu.
- Mamá es ese cuentacuentos que lee e inventa las historias más divertidas sólo para mí.
- Mamá es esa cheff que es capaz de hacerme una cena riquísima con dos tonterías que quedaban en la nevera porque se le olvidó comprar, aunque se quede ella sin cena.
- Mamá es ese médico que sabe con sólo mirarme si tengo fiebre, cuánta, y lo que tiene que hacer.
- Mamá es esa economista capaz de ponerse la ropa de hace cientos de años para que yo vaya bien guapo.
- Mamá es esa cantante que todas las noches canta la canción más dulce mientras me acuna un ratito.
- Mamá es esa payasa que hace que me tronche de risa con solo mover la cara.
- Mamá es esa sonámbula que puede levantarse dormida a las 4 de la mañana, mirar si me he hecho pis, cambiarme el pañal, darme jarabe para la tos, un poco de agua, ponerme el chupete, todo a oscuras y sin despertarse
¿La ves? Es aquélla, la más guapa, la que sonríe.

(Me pidieron que pasara ésto a cinco mujeres más, ¿sólo a cinco? no es justo, somos muchas más)

domingo, 13 de junio de 2010

El testimonio de los adolescentes


Hoy quiero transcribir literalmente un artículo publicado por Juan Antonio Paredes en la hoja dominical de la Diócesis de Málaga para este domingo. Como madre de un adolescente y un preadolescente, este artículo me hace reflexionar sobre el legado tan importante que los padres podemos dejar a nuestros hijos transmitiéndoles nuestra fe y nuestro amor a Cristo. Los padres de hoy tenemos que sembrar la Semilla y ayudarles a caminar desde chiquitos en el camino de la fe como fuerza que nos alienta para hacer un mundo mejor, de manera que ellos, padres del futuro, también pasen a sus hijos este hermoso testigo:

“El próximo viernes, día 18, la Iglesia de Málaga celebra la memoria de san Ciriaco y santa Paula, dos adolescentes que dieron su vida por mantenerse fieles a Jesucristo. Claro que eran otros tiempos y hoy no existen entre nosotros persecuciones sangrientas. Pero no es menos cierto que existe una persecución más sutil y, en apariencia, educada. Los adolescentes se ven ridiculizados cuando dicen que celebran la misa del domingo o se manifiestan contrarios al aborto y a practicar el sexo sin madurez suficiente para vivir y asumir sus compromisos.

Por eso siento cada día más admiración por aquellos que intentan vivir su fe sin dejarse arrastrar por el ambiente. Al principio, sus compañeros, e incluso algunos profesores, quieren minar su moral a base de sonrisas descalificadoras. Pero cuando comprueban la constancia y la lucidez de su postura, la fortaleza y alegría que irradian, acaban por admirarlos. Aunque no les comprendan, los admiran y respetan.

Son una minoría, que quieren vivir su fe como jóvenes. A veces, se tambalean y caen, pero se levantan y empiezan de nuevo, sin perder el buen humor ni la confianza en Dios. Algunos llegan más lejos: Se convierten en apóstoles de sus compañeros, y los traen a la Iglesia para que conozcan el Evangelio y hagan la primera comunión. Lo comprobé la semana pasada.
No sé si los sacerdotes los tomamos en serio y les dedicamos todo el tiempo que merecen. Necesitan ver que los queremos, que confiamos en ellos y que valoramos su fe. De poco serviría celebrar a San Ciriaco y Santa Paula, si nos olvidáramos de los jóvenes y adolescentes de hoy.”

martes, 8 de junio de 2010

¡Y van...

…taitantos! Antes de ayer fue mi cumpleaños y es por pura coquetería que no revelo cuántos caen, pero ya son unos pocos. Ya de noche, repasando lo acaecido en el día, recordé este “viejo” retrato. Mucho ha llovido desde entonces: sirimiris, aguaceros, tormentas y agüítas frescas de Mayo, pero la esencia de la bouganvilla permanece intacta. Ya no revolotean en mi estómago aquellas mariposillas locas de entonces cuando llegaba el día, pero amanezco con un ánimo estupendo, a sabiendas de que caerá alguna sorpresilla. Lo que más me gusta no es el regalo en sí, sino la ilusión de quienes me lo regalan. Y la verdad, me conocen muy bien, porque siempre aciertan de pleno.

Ahora soy yo la que prepara un menú especial y me gusta compartirlo en familia, o con los amigos. No soplo velas, porque ya no caben en la tarta, a no ser que sean de números.

Lo más curioso es que, al verme en el espejo, no concuerdan la imagen reflejada con la imagen interior; ésta última siempre es más joven. La primera, a veces, me deprime una pizquilla, pero me consuelo porque la mayoría de mis arrugas son de reír. Espero seguir cumpliendo muchos más y que, cuando sople ochenta velas, mis nietos digan: “¡Qué abuela más guay tengo!”



(Este es mi primer ciberregalo, como no, de mi inestimable Iris que siempre se acuerda de mí y que algún día, estoy segura, me firmará una de sus estupendísimas novelas, aunque ella no se lo crea)

domingo, 6 de junio de 2010

Desde el Sagrario


A tí que viniste y te quedaste
para un día morir y redimirnos;
a tí que, con el fin de bendecirnos,
desde el Cielo del Padre te bajaste.

A tí que aquella Gloria la dejaste
para vivir aquí, para sentirnos
tan llenos de tu amor al reunirnos;
a tí que para mí resucitaste.

A tí que das consuelo al que te adora
y que, desde el ocaso hasta la aurora,
regalas el sosiego al alma mía;
que cuando río o lloro estás conmigo,
que eres hermano y a la vez amigo.
A tí que eres por mí Eucaristía.

(Mil gracias a Joaquín Fernández por esta líneas tan bellas, y a Pachi, por su forma magistral de ilustrarlas)

sábado, 5 de junio de 2010

El mapa de los recuerdos V (Tacto)

El tacto es el sentido más extenso, tanto como la superficie de toda nuestra piel, ya que nuestras manos son sólo una mínima parte de este sentido. Ya desde bebés, está demostrado que somos capaces de reconstruir tridimensionalmente en nuestro cerebro cualquier cosa que chupemos con la boca. He aquí la explicación de por qué un chupete es capaz de calmar el llanto de un niño: asociado a nuestro reflejo de succión, un bebé asocia el chupete a la comida, y sobre todo, a su madre.

Nuestro mapa de los recuerdos se llena de texturas según nuestro carácter: cuánto más extrovertidos somos, más texturas conocemos. Quien es arisco al trato y a los mimos se niega a si mismo muchas experiencias positivas para el cuerpo y para el alma.

Por ejemplo, las cosquillas, aún hoy son capaces de sacar de mi garganta carcajadas dignas de un psicópata de película. Las más “malvadas”, las que provocaba mi padre, o cuando al pedirme un beso, con la barba de dos días, yo le decía: “No, que me pinchas”.

Aquellos jerseys de lana que me hacía mi madre, que picaban un montón y me tenía que poner una camiseta interior.

Hacer churritos de plastilina, sobre la mesa del comedor, con aquel olor tan característico y como luego se quedaba entre las uñas y no había manera de sacarla. O cuando mi abuela hacía sus rosquillos y conseguía que me dejara un poco de masa, masa que nunca llegaba a convertirse en rosquillo, después del tute que yo le daba. O frotar entre las yemas de los dedos el azúcar glass.

Acariciar un cachorrillo de perro o una cría de gato abandonada era lo máximo; lo peor llegaba cuando tu madre no te lo dejaba entrar en casa y nos teníamos que conformar con hacerles una casita dentro de los jardines o tras la tapia del colegio.

Mi padre nos solía llevar a bañarnos al río. Era una auténtica gozada, qué lástima que ya no existan aquellas pozas. Los años y la sequía mermaron el río hasta hacerlo desaparecer. Eran auténticos spas naturales, donde te ponías debajo de las cascadillas para que el agua te masajeara. Cuando salías del agua y te secabas, la piel quedaba muy tirante, con una película blanca y el cabello con un volumen que ya quisieran conseguir hoy espumas y acondicionadores.

También guardo en mi memoria nuestras primeras incursiones a la playa, en plena adolescencia, ya sin la presencia paterna. Nunca jamás volveré a untarme crema Nivea, la del tarro original, y menos con la piel húmeda; se quedaba un pegote que era imposible absorber por mucho que te frotaras. De ella pasamos a la crema de zanahorias, que te dejaba como brillantemente rebozada en azafrán o el aceite solar que, literalmente, te freía y te daba aspecto de culturista.

De mis recuerdos más recientes destaco la piel de mis hijos siendo bebés, especialmente, la zona de la espalda; tocarla con la mejilla es como tocar a Dios.


Besos, abrazos y darte cuenta de que conforme pasan los años, los brazos se abren cada día más y que el bebé dió paso al niño, y el niño al adolescente.

De mi marido, el apretón en el hombro o en la mano cuando me ve preocupada o enfermita. Y es que el paso de los años hace que un gesto valga más que mil palabras.

Y muchos más recuerdos, de los que ahora no me acuerdo, que constatan, modestia aparte, que de arisca tengo poco. Y el intenso deseo de que mis caricias repueblen el mapa de los recuerdos de aquellos a los que más quiero.