martes, 28 de junio de 2011

La magia del teatro




El Taller de Teatro Montserrat nace en el año 1999 como asignatura optativa que sólo se ofertó aquel año para los alumnos de 4º de ESO. Su primera función teatral tuvo lugar en junio de 2001, donde nos contaron “Una de griegos (o de romanos que para el caso es lo mismo)”.



Un año más tarde, nos invitaron a una cena muy especial, donde el plato principal era “Sopa”.



En 2003, juntos aprendimos lo necesario que es soñar, en un inquietante “Laboratorio de Sueños”. Y esas navidades, descubrimos el verdadero sentido de la Navidad, viviendo unas “Navidades Picassianas”.


Al año siguiente, descubrimos que hay que ser valientes y no tener “Miedo” gracias a un precioso coro de ninfas del bosque, una Hada, fantasmas, orcos, brujos y dos preciosas hermanas.



Tras una larga pausa de cuatro años, juntos viajamos de la mano de una niña soñadora llamada Alicia a un mundo maravilloso donde todo estaba al revés.


Después de otro paréntesis de tres años, estas navidades nos visitó un espíritu guasón que nos contó un cuento con moraleja. Y hoy, 27 de Junio de 2011, volvemos a estar aquí, con esta historia de intriga, donde la muerta no sólo no está muerta, sino que tiene dos vidas.



Todos estos años vividos, todas estas historias contadas, todo el esfuerzo, dedicación y entrega de todos los que dieron y hemos dado vida a los personajes, todo el trabajo de aquellos que colaboraron y han colaborado en la creación de decorados y vestuario no hubieran sido posibles sin el empuje de alguien que supo contagiarnos su amor por el teatro.



Por eso hoy, queremos agradecer a Don Pedro el estar aquí y el habernos concedido la oportunidad de ser hacedores de magia, la magia del teatro. Desde el corazón, por siempre, muchas gracias, profesor.



(Porque ayer, sencillamente, la tarde fue... mágica)

sábado, 25 de junio de 2011

¡Hasta siempre!

Aún hoy ando con el corazón encogido por la emoción. Ayer fue un día intenso, intensísimo, de esos que se recuerdan siempre.


Por la mañana celebramos la graduación de mi hijo pequeño y sus compañeros. Ya han acabado la Primaria y el próximo septiembre iniciarán una nueva etapa de sus vidas.


La mañana fue muy sentida, con una fiesta cortita pero con mucho encanto. Los papás tanto de 3º de Infantil como 6º de Primaria pudimos compartir con nuestros hijos un momento clave de su existencia. Cada curso preparó una actuación especial y particular para compartir con el resto de sus compañeros y, después, la fiesta continuó hasta las una de la tarde en cada aula con su tutora.


Pude sentir mucha alegría, mucho cariño y muchas lágrimas, sobre todo de los alumnos de 6º. Ya han dejado de ser los más grandes del patio y vuelven a convertirse en los más pequeños con su paso a Secundaria. A sus doce años cumplidos o por cumplir, ya empiezan a romper el cascarón y los niños van dejando de serlo para convertirse en adolescentes, que afrontan la ESO, como ellos dicen, con mucha ilusión pero también con cierto nerviosismo e incertidumbre ante lo nuevo.

Pero la tarde nos deparaba lo mejor y más emotivo. Veintinueve chicos y chicas, alrededor de los dieciséis años, entre ellos, mi hijo mayor, celebraban su graducación de 4º de ESO. Veintinueve jóvenes que nos hicieron pasar una tarde-noche pletórica de emoción y muchas lágrimas.


Creo que ninguno de los padres nos imaginábamos el momento tan… mágico que íbamos a vivir y sólo puedo describirlo a modo de flashes encadenados de una emoción intensa: la entrada al acto de toda la clase, en parejas, entre aplausos y nudos de garganta; las palabras emocionadas de Isabel, la Directora y tutora de ellos en 5º y 6º; el discurso de Sergio, su tutor durante estos últimos cuatro años, con su estilo sobrio pero sincero; el homenaje emocionado y emocionante de Pedro, profesor y Jefe de Estudios, con su semblanza de tantos magníficos momentos vividos; el agradecimiento por parte de toda la clase a todos y cada uno de los profesores que han tenido durante estos doce años; el sorprendente flashmob de los alumnos de 3º al ritmo del “I´m a number” de Robert Ramírez; esas veintinueve rosas rojas, una para cada mamá; la entrega de orlas y diplomas y, como colofón, su paso por el colegio desde aquellas fiestas de fin de curso, carnavales, días de la castaña hasta su viaje de fin de curso en forma de magníficas instantáneas llenas de vida y alegría.


Para terminar la noche, ellos, junto a sus profesores se fueron de cena y mientras, los padres volvimos a casa casi sin poder hablar, más que nada, por el nudo que llevábamos en la garganta. Esta mañana, mientras dormían, los teléfonos han echado humo, las mamás somos así, no podemos resistirnos a compartir nuestras emociones. Este “hasta siempre” nos ha dejado muy buen sabor de boca y creo que pasarán años para que otro evento parecido pueda superarlo. ¡Felicidades, chicos! ¡El futuro es vuestro!

sábado, 18 de junio de 2011

Mi casa es la mejor,...al menos para mí

No sé cuando nació la costumbre de enseñar las casas de las novias (ojo con la expresión, “de las novias”, como si el pobre novio no tuviera que ver nada con el asunto).


El caso es que durante años, las parejas próximas a casarse enseñaban su nuevo hogar los días previos al enlace. Con el tiempo, la costumbre parece haberse relajado, al menos en la capital. Tal vez los estilos actuales de vida han influido en ello: las parejas se van a vivir juntos sin pasar por la vicaría o el juzgado, los jóvenes se independizan del hogar paterno antes de formar el suyo propio; otras veces, el importante desembolso económico que supone montar una casa les hace empezar sólo con lo imprescindible, léase, cocina y dormitorio.

Yo pertenezco a esa generación que enseñaba su casa, y visto ya desde la perspectiva que dan los años pasados, es una de las cosas, que si el tiempo retrocediera, no volvería a hacer. Me explico:


Cuando alguien enseña su casa hay dos sentimientos encontrados: por un lado, el deseo de compartir con los seres más cercanos la alegría que se siente al iniciar este nuevo proyecto de vida, pero, por otro lado, también se manifiesta ese sentimiento maquiavélico de “restregar” tu dicha, especialmente a vecinas cotillas y familia política, y ojito con no olvidarte de avisar a ésta última, pues seguramente te lo estará recordando cada vez que coincidáis en un evento familiar común. Es algo así como tener un interesante diálogo a tres bandas con el angelito y el diablillo que se sientan en tus hombros.


Toda esta perorata viene a colación de un programa nuevo que se estrenó hace unos días en televisión. Es un concurso en el que cuatro participantes se enseñan sus respectivas casas entre sí y al resto de los televidentes; luego se votan entre ellos y el que sume más puntos recibe un premio económico.


Como el tema de la decoración es uno de mis favoritos y llevaban anunciando el concurso varios días, me picó la curiosidad y me puse a verlo la otra noche.


El resultado, por desgracia, más de lo que se estila en televisión en los últimos tiempos. A veces pienso que el ente televisivo tiene escondido un genio científico que ha descubierto el gen cotilla en nuestro adn y lo está explotando como la gallina de los huevos de oro, no al científico, sino al gen.


Visionado, sentada en el sofá, es para reír o llorar, según como le coja al cuerpo. A nadie le importa, ni siquiera a los propios concursantes el cariño con el que cada uno de ellos arregla y enseña su casa, simplemente porque es su casa. La idea es ganar, aunque sea poniendo de vuelta y media al “contrincante”, por la sencilla razón de que no tiene tu mismo estilo.


Por su puesto, la cordialidad, el agasajo, el que el otro te quiera hacer sentirte a gusto no suma puntos. La dinámica es la siguiente:


El dueño de la casa de turno recibe a los otros tres participantes, les da la bienvenida y los deja solos para que curioseen su casa. Después los invita a un aperitivo y cada uno otorga su puntuación y su opinión en sobre cerrado. Así en las cuatro casas. Al final del programa, cada uno por separado abre los sobres para ver las votaciones y, el que gana, además un talón con el premio. Resumiendo: por ¿mil euros?, invitas a tu casa a tres desconocidos (y medio país), dejas que la fisgoneen, los invitas a comer y después tienes que esperar a ver el programa para ver cómo te critican. Interesante, ¿verdad? ¿Quién se apunta? Yo no, por supuesto.


Mi casa no es la mejor, yo lo sé. Con los años, le voy haciendo cositas con el único fin de que todos estemos más a gusto en ella. Cuando alguien viene de visita, quiero que se sienta como uno más de la familia y no debemos de hacerlo muy mal de todo, porque mi casa es bastante concurrida. Mi casa no es simplemente una casa, es mucho más, MI CASA ES UN HOGAR.

lunes, 6 de junio de 2011

Estoy como un queso

Hace ya varios años, en la puerta del colegio, una madre comentaba lo mal que le había sentado a su marido cumplir los cuarenta; yo no lo entendía, lo mismo que me hacía muchísima gracia una vecina que estuvo cumpliendo los treinta y seis durante varios años seguidos, y otros pocos, cuarenta y dos,…hasta que me tocó a mí.

La verdad es que llegar a los cuarenta, en cierta forma, fue como echarme por encima un jarro de agua fría, tal vez porque interiormente no me sentía como yo creía que tenía que sentirse una mujer de cuarenta. Así estuve medio mosqueada unos tres años más, hasta que un día caí en la cuenta de que por qué preocuparse, en la vida vamos quemando etapas y cada una de ellas es una aventura.


Hoy es mi cumpleaños, y cumplo cuarenta y cinco añitos, y estoy más feliz que una perdiz, ¿por qué voy a quejarme? Aún me quedan MUCHÍSIMAS cosas por hacer y soy bastante perseverante. ¿Qué cómo me siento? No voy a ser yo quien lo diga, sino un escritor colombiano, llamado Santiago Gamboa, de quien una amiga ha hecho bien en enviarme este extracto de su discurso, y dice así:


Las mujeres de mi generación son las mejores. Y punto. Hoy tienen cuarenta y pico, incluso cincuenta y pico, y son bellas, muy bellas, pero también serenas, comprensivas, sensatas, y sobre todo, endiabladamente seductoras, esto a pesar de sus incipientes patas de gallo o de esa afectuosa celulitis que capitanea sus muslos, pero que las hace tan humanas, tan reales. Hermosamente reales.

Casi todas, hoy, están casadas o divorciadas, o divorciadas y vueltas a casar, con la idea de no equivocarse en el segundo intento, que a veces es un modo de acercarse al tercero, y al cuarto intento. Qué importa… Otras, aunque pocas, mantienen una pertinaz soltería y la protegen como ciudad sitiada que, de cualquier modo, cada tanto abre sus puertas a algún visitante.

Jamás vieron en el hombre a un enemigo a pesar que le cantaron unas cuantas verdades, pues comprendieron que emanciparse era algo más que poner al hombre a trapear el baño o a cambiar el rollo de papel higiénico cuando éste, trágicamente, se acaba, y decidieron pactar para vivir en pareja.


Son maravillosas y tienen estilo, aún cuando nos hacen sufrir, cuando nos engañan o nos dejan. Usaron faldas hindúes a los 18 años, se cubrieron con suéter de lana y perdieron su parecido con María, la virgen, en una noche loca de viernes o sábado después de bailar. Hablaron con pasión de política y quisieron cambiar el mundo. Aquí hay algunas razones de por qué una mujer de más de 45 nunca te va a despertar en la mitad de la noche para preguntarte…. “¿Qué estás pensando?” No le interesa lo que estás pensando.

Si una mujer de más de 45 no quiere mirar un partido de fútbol, ella no da vueltas alrededor tuyo. Se pone a hacer algo que ella quiere hacer y generalmente es algo mucho más interesante. Una mujer de más de 45, se conoce lo suficiente como para estar segura de sí misma, de lo que quiere, y de con quién lo quiere. Son muy pocas las mujeres de más de 45 a las que les importa lo que tú pienses de lo que ella hace. Una mujer de más de 45, tiene cubierta su cuota de relaciones “importantes” y “compromisos”. Lo último que quiere en su vida es otro amante posesivo.

Las mujeres de más de 45 son generalmente generosas en alabanzas. Ellas saben lo que es no ser apreciadas lo suficiente Tienen suficiente seguridad en sí mismas como para presentarte a sus amigas. Solo una mujer más joven e inmadura puede llegar a ignorar a su mejor amiga. Las mujeres se vuelven psíquicas a medida que pasa el tiempo. No necesitas confesar tus pecados, ellas siempre lo saben. Son honestas y directas. Te dicen directamente que eres un imbécil si es lo que sienten sobre ti. Tenemos muchas cosas buenas que decir de las mujeres de más de 45 y por múltiples razones…

Lamentablemente no es recíproco. Por cada impactante mujer de más de 45, inteligente, divertida y sexy hay un hombre con casi o más de 50… pelado, gordo, barrigón y con pantalones arrugados haciéndose el gracioso con una chica de 20 años y haciendo el completo ridículo.

¡¡¡Señoras… les pido perdón por ello….!!!


Así que hoy, con mis cuarenta y cinco añitos recién estrenados, mi celulitis, mis canas, mis arrugas y, sobre todo, con mis seres queridos, voy a celebrar este día tan especial con una tarta de queso que me ha salido de rechupete.