domingo, 30 de mayo de 2010

Villa Bouganvilla

Sentada en este lindo rincón de mi pequeño jardín, observo embelesada todo lo que me rodea. La tarde empieza a ponerse, el calor ya no es tan intenso y el juego de luces me mantiene entretenida, fantaseando desde mi asiento.

Hace un rato que me senté aquí para leer un poco, pero los sonidos y aromas que me rodean han hecho imposible la tarea, y me he dejado llevar.

El sonido intermitente de los coches es testigo de la vuelta a casa tras una tarde de playa. Retazos de conversaciones, que se acercan y se alejan delatan que el día comienza a refrescar y la noche empieza a cobrar vida. La exuberante bouganvilla hace ya mucho tiempo que se apoderó de la verja, lo que me permite preservar mi intimidad y, al mismo tiempo, convertirme en espía de la vida tras el muro. Resulta singular, porque es distinta a las de las casas colindantes; el color de sus flores no es morado, sino naranja, un capricho consentido. Sus flores llenan todo el muro, y se esparcen bulliciosas sobre la acera.

Inspiro profundamente y cierro los ojos; el mar está cerca, puedo olerlo. También percibo el olor de las brasas, prólogo de otra noche más de ricos espetos, plato autóctono de mi tierra, tan sencillo como complicado, porque hay que tener arte malagueño para saber espetar sardinas.

Abro los ojos; el libro sobre la mesa no consigue conquistarme, una dulce flojera se apodera de mí y paseo mi mirada por el jardín, mi pequeño rincón del paraíso.

Es más bien pequeño, pero en él se han cumplido todos mis deseos. Lleva la esencia de los míos y la mía propia. A la izquierda de la alegre bouganvilla crece un hermoso rosal; ahora no tiene rosas, pero cuando florecen son espectaculares, porque son amarillas. Una pequeña palmera de Java, crece espigada a la derecha de la cancela de hierro. Cuatro brotes nuevos, ahora flexibles, dentro de unos días se convertirán en un tormento si te acercas desprevenido.

Desde la verja a la puerta de la casa, un pequeño camino de losas de barro, con llagas de fino césped, que pretende invadirlas sin éxito. Flanqueando la entrada, bajo la arcada, dos formidables macetones de barro cocido: a un lado, una robusta dama de noche, que empieza a seducir con su perfume de dama distinguida; al otro, un delicado jazmín cuyas tímidas flores pretenden emular a la noble señora, pero sólo la noche les dará permiso para hacerlo.

Delante, en el césped, un laurel y un pequeño naranjo, rodeados por alcorques de ladrillo, hacen de guardianes del castillo. Entre ellos, la bonita mesa redonda de forja, con sobre de mosaico, y sus cuatro sillas a juego, donde me hallo sentada, disfrutando de la vista.

De pronto, una voz - “¡Mami!”- me saca de mi abstracción. ¡Dios mío, pero qué tarde es! Hora de las últimas tareas del día, antes de que Morfeo me acune en sus brazos. Me levanto con pereza y con el deseo de volver a mi pequeño rincón del paraíso.

Pasado y presente, fantasía y realidad, sueños cumplidos y por cumplir se unen en esta metáfora onírica, y se la quiero dedicar a Alicia, que con sus posts fue la musa inspiradora de este relato.

sábado, 29 de mayo de 2010

Un hermoso jarrón

La amistad es como ese lindo jarrón que nos regalaron y que nos enamoró de primera hora. Luce hermoso en el mueble del salón, y lo contemplamos embelesados desde el sofá, orgullosos de poseer una pieza tan singular.

Al principio, cuando hacemos limpieza, vamos con esmero, procurando no darle ningún golpe; pero con el tiempo, nos relajamos y, un día, sin querer, le damos un pequeño golpe y lo desconchamos. El enfado con nosotros mismos es monumental y nos prometemos tener más cuidado la próxima vez. Eso sí, lo giramos para que no se vea el desportillado.

Pero otro día, otra vez sin querer, le volvemos a dar otro golpe, y se parte en varios trozos. Con muchísimo pesar, lo pegamos con pegamento, y lo colocamos en su sitio.

Pasa el tiempo, y el jarrón sigue ahí, en el mueble. Luce hermoso, no concebimos otro sitio donde pueda lucir mejor. Las grietas y desconchados de los sucesivos golpes le han dado una hermosa pátina, como una antigüedad, única y delicada.

Pero un día, sin desearlo, de un golpe, el jarrón cae al suelo y se rompe en mil pedazos. Ya no hay remedio que valga, la única solución que nos queda es recoger los pedazos y tirarlos a la basura.

La diferencia entre la amistad y una hermosa pieza de cerámica es que, si ésta última se nos rompe, siempre podremos encontrar otra igual o mejor que ocupe su lugar. Una amistad que se rompe nunca podrá ser sustituida por otra, y la grieta que quede en nuestro corazón será para siempre.

domingo, 23 de mayo de 2010

¡Ven, Espíritu Divino!

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.


¡Feliz Pentecostés a todos!




jueves, 20 de mayo de 2010

El corazón más hermoso



Hace ya tiempo, me enviaron esta hermosa fábula, en forma de power point; hoy quiero compartirla ya que es una invitación a mirar nuestro interior.


Erase una vez, en la plaza de una ciudad, un hombre joven que proclamaba a los cuatro vientos poseer el corazón más hermoso que nunca nadie hubiera visto. El gentío se acercaba a verlo y todos corroboraban lo dicho; era un corazón realmente hermoso: sano, fuerte, joven, de un color rojo intenso y que latía con vigor. El joven se mostraba muy orgulloso de tener aquel corazón.

De repente, de entre la multitud, apareció un hombre viejo, que adelantándose, le dijo:

- “Mi corazón es más hermoso que el tuyo”-.

El joven y el resto de la gente lo miraron asombrados. –“¿Cómo puedes decir eso?” – dijo el joven - “Muéstranoslo”- . El viejo se abrió su camisa y enseñó a todos su corazón: era un corazón viejo y cansado, pero lo que más llamaba la atención eran las numerosas cicatrices que lo surcaban; en unos lados faltaban trozos, en otros había trozos desiguales, lo que le daba a aquel viejo corazón un aspecto grotesco.

-“¿Cómo puedes decir que tu corazón es más hermoso que el mío?” – dijo el joven –“ Si está lleno de cicatrices y se ve deforme “– prosiguió.

- “Verás, “– contestó el anciano –“las cicatrices que ves son el resultado de haber entregado trozos de mi corazón a las personas a las que he amado. Muchas de ellas me entregaron a cambio un trozo del suyo, son esos trozos que ves diferentes. Cuando los miro me acuerdo de ellos. Sin embargo, hubo veces en las que entregué mi corazón a personas que no quisieron devolverme un trocito del suyo. Esas son las cicatrices que tengo abiertas, y cada vez que las miro, renuevo la esperanza de que algún día regresarán para entregarme un trocito de su corazón. ¿Comprendes ahora por qué mi corazón es más hermoso que el tuyo?”

Ante aquellas palabras, el corazón del joven se estremeció y dos lágrimas corrieron por sus mejillas. Se acercó al viejo y, arrancándose un trozo de su joven y perfecto corazón, se lo ofreció. El viejo, con una gran sonrisa, lo cogió, y a su vez, se arrancó un trozo del suyo para regalárselo al joven, colocando en el hueco aquel trozo nuevo. A partir de ese momento, el joven empezó a tener un corazón más hermoso.

¡Qué hermosa historia! ¿verdad? Ahora miremos nuestro interior y preguntémonos: ¿cómo es de hermoso mi corazón?, ¿cuántos trozos me han regalado?, y lo que es más importante, ¿cuántas cicatrices abiertas he dejado en aquellos que me entregaron un trozo del suyo?


(Mi eterno agradecimiento a Pedro, gran artista, pero sobre todo, mejor persona, porque no me dio un trozo sino el corazón entero.)

El mapa de los recuerdos IV (Gusto)


El gusto, ¡uumm!, sin lugar a dudas, el más epicúreo de los sentidos. Siendo en su raíz, puro instinto de supervivencia, el hombre lo ha sublimado a la categoría de arte. A través de él, el paladar se educa, como el resto de los sentidos, pero es, ineludiblemente, el que provoca mayor placer.

¿Quién no tiene su mapa de los recuerdos lleno de sabores? El mío está repleto y, por suerte, cada día se colma más. De eso dan fe mis “caprichillos”.

De mis primeros recuerdos, rescato los rosquillos de aceite de mi abuela. Aún la veo, ante la sartén con aceite bien caliente, estirando la masa en forma de churro, y uniendo sus puntas, formando hileras de rosquillos sobre la mesa. Y a mí peleando, porque no me dejaba hacerlos yo misma, argumentando que tenía las manos sucias. Todavía se pueden encontrar en las panaderías, pero no saben tan bien como los suyos.

Otro dulce recuerdo: el algodón de azúcar. Un sabor tan efímero como una pompa de jabón. Feria de Agosto, viene siempre de la mano del sabor del coco y de las chufas en remojo.

Las palmeras de chocolate y los donuts blancos de mis tiempos de colegio, cuando se elaboraban a diario, con aquel azúcar que te dejaba pringosos los dedos. Los Bonys, Tigretones, Panteras Rosas. Ya no saben igual.

Los caracoles que sigue haciendo todavía mi madre: los grandes, en salsa de almendras, y los chiquitillos, en caldillo. Una mañana de domingo, recién descampada tras la lluvia, trasponíamos al campo, bolsa de plástico en mano, a buscarlos debajo de las piedras. ¡Lo que se han perdido mis hijos!

Un trauma infantil superado: los callos, de los que sólo me comía los garbanzos, y la cazuela de fideos, de la que sólo pasaban las almejas, y la desesperación de mi madre ante mis arcadas. ¡Con lo rica que me sale a mí ahora!

Sus lentejas, solas o con arroz, nunca probaré otras iguales.

Los helados de entonces: el sorbete de naranja o el sándwich de nata de Avidesa. O si no, los cortes de helado de barra, chocolate-vainilla o nata-fresa, sendas tajadas de helado entre dos galletas de barquillo que lamíamos perimetralmente hasta dejar pegadas las dos galletas. Cuando había visita en casa, mi madre compraba una barra, y entonces era el disloque: cortes dobles, y si sobraban galletas, a repartir equitativamente. Para el diario, los famosos “flaggolosina” o “polo flash”, o como decíamos nosotros, “poloflan”, por cinco pesetas, estabas un rato pegando sorbetones. Todavía cuando vamos a la playa, los solemos comprar en el quiosco, y tienen más éxito entre los grandes que entre los chicos.


Las meriendas de leche con sirope de fresa y galletas untadas con Tulipán. Me río yo de las Príncipe. Tenía una vecina que congelaba la leche en cubiteras con palillos mondadientes y luego repartía minihelados de fresa entre todos los niños del bloque.

El sabor de las cañaíllas me recuerda a mi padre, sentado en la mesa del comedor con una tapa de éstas, un palillo mondadientes y un vasito de vino blanco. Podía pasarse la tarde entera así, viendo una corrida de toros o una peli del Oeste.

En “Verano Azul”, Piraña se comía los bocatas de calamares. Yo lo superé: bocadillos de coquinas para la merienda. Eso sí. sin las conchas.

De mis tiempos de instituto, tengo el sabor de los bocadillos de tortilla de patatas; era el más caro, 30 pesetas, y el primero en agotarse. Mi clase estaba pegada al bar, y el olorcillo que se colaba sobre las diez de la mañana, cuando la mujer de Ramiro hacía las tortillas, era el inicio de una hora de tortura hasta el timbre del recreo. También recuerdo los chupachups Kojak, y los paquetes de kikos, que intentábamos comer a escondidas en clase, pero nos delataba el olor y había que acabar repartiendo.

De aquellos años de adolescencia rescato hoy las idas y venidas, de toda la pandilla, de la parroquia al quiosquillo de Enrique y viceversa, a la búsqueda de bolsas de Trisquis, revueltos, etc., etc.

Muchos sabores, muchos recuerdos, de esos que te dibujan una sonrisa en el alma. Quizá porque fueron tiempos inocentes. Los sabores posteriores los contemplo como más cercanos, son sabores ya adultos, y aunque la inocencia sigue presente, tienen ya otra dimensión.

En esa dimensión, yo conformo el mapa de los recuerdos de los que me rodean. Mi tarta de zanahorias, mi paella, mis pizzas deformes,…o el tiramisú de mi marido. Todas ellas y muchas más, seguramente dibujarán el día de mañana la sonrisa en el alma de aquellos a los que amo.

martes, 18 de mayo de 2010

Un caminito

“Andemos un caminito
que tiene como final
dos palitos que se cruzan
como signo de sumar.
Un palito mira hacia el cielo
el otro siempre a los lados;
el de arriba mira a Dios,
el de al lado a los hermanos.”


Esta bonita canción me la enseñó un amigo al que quiero mucho y al que considero como un hermano mayor. Los niños la aprenden enseguida, con la ayuda de la mímica, y el mensaje es muy bonito.

También me enseñó que la fe la podemos vivir de dos maneras: de una manera estática, vertical. Es decir, Dios arriba y yo abajo, y la relación fluye de mí a Dios y viceversa. Pero esta fe es estéril, no da fruto, está incompleta. También podemos vivir la fe de una manera dinámica, es decir, nuestra fe orientada hacia varias direcciones, hacia Dios y hacia los demás. Esta fe es fértil, da muchos frutos y es completa. ¿Cuál de ellas escogeríais?

(Dedicado con mucho cariño a A.R. que, aunque ya no esté tan cerca, siempre lo llevamos en el corazón)

lunes, 17 de mayo de 2010

Piedras en el tejado

Quisiera compartir una reflexión muy personal que vino precedida de una conversación, y ésta a su vez, de una pregunta. No es mi intención tirar piedras sobre mi propio tejado, y mucho menos, levantar ampollas, pero el pensamiento surge libre, y no se puede evitar que la razón o, a veces, la sinrazón corran atrevidamente.

Uno de los instintos básicos del mundo animal es el instinto de protección, y se podría afirmar que está más arraigado en las hembras que en los machos de las especies. No es difícil ver en cualquier documental como éstas cuidan de sus crías incluso dando su vida por ellas.

En los seres humanos pasa lo mismo, sólo con la diferencia de que nosotros somos, o decimos, ser seres racionales. La pregunta que inspiró este post fue la siguiente: “¿Es lo mismo ser suegra de yerno que suegra de nuera?” Mi respuesta me sorprendió incluso a mí misma. Pienso que no, que por muy racionales que pretendamos ser nos traiciona nuestro instinto animal, ese instinto que quiere proteger lo que consideramos que es nuestro y que nos duele más que nada ni nadie: los hijos.

Y es ahí donde se origina una contraposición de sentimientos un tanto peculiar: si somos suegras de yerno, el “rival” es distinto a nosotras, y el ser amado común comparte nuestra esencia femenina, existe un vínculo madre-hija que no se puede romper. Pero, ¡ay si ocurre al revés! La “rival” es igual a nosotras, y tendemos a pensar que viene a robarnos el puesto. El vínculo madre-hijo pierde fuerza. Realmente curioso.

Pero entra en juego otra característica única del hombre: nuestra capacidad de amar. Y no hay nada más. Es lo único que prevalece. Cuando hay amor, no existe rivalidad. Sólo se busca lo mejor para el otro. Quién da amor, recibe amor.

Es por eso que las mujeres deberíamos querernos más unas a otras. Tenemos que ser aliadas. De nosotras depende hacer un mundo mejor, más justo. Madres, hijas, suegras, nueras, tías, primas, sobrinas, abuelas, nietas, todas unidas por la misma causa.

Yo, que soy madre de varones, tomo esta máxima como lema. Y le pido a Dios, que me ayude cuando llegue la hora, aunque pensándolo bien, ya está haciendo algo por mí: tengo a mi lado a mi Pepito Grillo del corazón, que me acompaña siempre y que sé que no dejará que me lleven mis instintos.

sábado, 15 de mayo de 2010

El mapa de los recuerdos III (Oído)


El oído es un sentido puramente social; gracias a él aprendemos a hablar, a comunicarnos con los demás; gracias a él somos capaces de percibir emociones: alegría, enfado, preocupación, hastío…
¿Habéis observado cómo un bebé se tranquiliza cuando su mamá lo coge en brazos? ¿O cómo gira la cabeza hacia ella cuando habla? Cuando estamos en el útero materno, los primeros sonidos que escuchamos son el latido del corazón de nuestra madre; también su voz.


Un niño sabe perfectamente el estado de ánimo de su madre sólo por el tono de su voz. Aún recuerdo a la mía, llamándome desde la ventana por el diminutivo de mi nombre. De hecho, los años han pasado, pero mi nombre sigue en diminutivo para mi madre y para mis vecinas.


Debo reconocer que en mi mapa también hay sonidos desagradables, como por ejemplo, el sonido del despertador de mis tiempos de estudiante o de mis últimos meses de vida laboral. Despegarse de los brazos de Morfeo para hacer frente a una realidad un tanto incómoda era un incordio.


¿Y el sonido de un trozo de tiza chirriando en la pizarra? Irritante, ¿verdad?


Pero si tuviera que elegir el sonido más desagradable para mí, elegiría el del teléfono sonando a horas intempestivas. Presagio de malas nuevas, es superior a mí, me provoca un vuelco en el estómago y una desazón intensa. Es más, si me despierto de madrugada y me asalta el pensamiento de que el teléfono puede sonar, ya tengo la noche echada por alto. El malestar físico es tal que me tengo que levantar para tranquilizarme.


Pero bueno, aunque en todos los mapas hay parajes inhóspitos, sobre todo existen escenarios que merecen ser recordados. En el mío hay algunos realmente hermosos, que sólo la memoria me permite rescatar, como el sonido de mi hijo mayor la primera noche en casa después de nacer: tras los primeros días en el hospital, regresamos a casa con el nuevo miembro de la familia, quien de una forma casi imperceptible, ya hizo notar su presencia en la penumbra del dormitorio. Había un sonido nuevo en la habitación, apenas audible, que nos mantuvo en duermevela durante varias noches. O el llanto de mi hijo pequeño, apenas nacido, al que oí antes que vi, y que me despertó de la anestesia; o al día siguiente, cuando la enfermera se lo llevó para vacunarlo y lo sentía llorar desde el otro extremo del pasillo; o llorando en el patio de la guardería, que estaba en el mismo edificio donde vivíamos; o llorando... ¡Es que me salió un poco lloroncete!


El paisaje de Doñana vendrá acompañado de forma perpetua de la Bachata Rosa de Juan Luís Guerra; fue la banda sonora de aquel bonito viaje. El falsete de Aaron Neville siempre tendrá para mí tintes nupciales. O la música de los ochenta, ¡eso sí que se podía bailar!


El mar, siempre presente a mi vida, qué curioso. Y con su susurro, la sensación de ser pequeñita, pequeñita. No puedo imaginar vivir lejos del mar.


El estruendo de la tormenta, acurrucada bajo las mantas, sana y salva, contando los segundos entre relámpago y trueno. O el soniquete del agua en la ventana cuando la tormenta amaina.


Muchas sensaciones, que alimentan el espíritu de hermosos recuerdos, de cosas que fueron y siguen siendo, que poco a poco van conformando un mapa de los recuerdos único y personal.

lunes, 10 de mayo de 2010

El mapa de los recuerdos II (Olfato)


En el mundo animal el olfato sí que es “el rey de los sentidos”. Gracias a él, las especies cazan, marcan su territorio, huyen del peligro,… Sin embargo, en el ámbito humano como que pierde categoría, ante la obviedad de la vista o la agudeza del oído. Y es que, a través del olfato, no sólo ofrecemos una respuesta física, sino también emocional. Por eso, yo lo apodo “el incomprendido”, ya que por su humilde y básica condición animal, no le solemos dar su justo lugar entre el resto de los sentidos y no nos percatamos de lo importante que es en la elaboración de nuestro mapa de los recuerdos.

El mío está lleno de olores, como el del mar, que exalta mi espíritu malagueño y que me hace sentir en casa. O ese aroma cálido, una tarde cualquiera del mes de abril, que presagia el fin del invierno. Acompañado del perfume del azahar, un broche de oro.

El aroma que se queda en las manos tras frotar una naranja verde cogida del árbol me hace recordar memorables batallas infantiles a puro naranjazo, con el sonido de fondo de las vecinas regañándonos.

La goma MILAN nata me devuelve al colegio.

El olor del café me trae al presente a mi abuela Frasquita y nuestras idas a Cafés Santa Cristina, cerca de la Iglesia de San Juan, para comprar café. El perfume de la colonia Heno de Pravia también me la devuelve, ¿qué abuela no olía así?

Es para reírse, pero puedo asegurar que a más de uno, el olor de las gallinas no hace recordar las noches de cine de verano, con sus dobles sesiones y sus bolsas de pipas. La explicación es bien sencilla: en el barrio había un cine de verano, y junto a él, una casa mata donde se criaban gallinas para puesta y la gente compraba los huevos. En las noches de verano, había que cruzar los dedos para que el aire no soplara en nuestra dirección, sino estábamos salvados. El cine desapareció, y en su lugar hoy existen unos chalets adosados.

El olor a quemado la noche del 24 de junio me trae a la memoria verbenas populares, con concursos de misses de barrio y playbacks de Miguel Bosé.

Aquellas colonias ochenteras: Clío, Farala, Vetiver,… que marcaron el inicio de nuestra coquetería. Mi primer perfume adulto: Poison, de Cristian Dior. Marcó época, una auténtica bomba si te excedías en la dosificación.

Con el aroma de la pomada Dermo H, mis hijos vuelven a ser bebés. ¿Y la colonia Nenuco?¿Puede un bebé oler mejor?

Muchos son los aromas que inundan mi mapa de los recuerdos; en realidad, éstos son sólo una pequeña muestra.

Hace poco descubrí que nosotros, casi sin darnos cuenta, también participamos en la creación del mapa de los recuerdos de los demás. Sin ir más lejos, el otoño pasado, arreglándonos para salir, me perfumé un poco. Mi hijo pequeño se me acercó y me dijo: “Mami, hueles a Navidad”. ¿No creéis qué es lindo?

domingo, 9 de mayo de 2010

Todos vamos en el mismo barco


Hoy ha llegado a buen puerto la travesía que emprendimos hace dos años con muchísima ilusión y fe. El trabajo ha sido intenso pero el esfuerzo ha valido la pena. Sobre todo estas dos últimas semanas, en las que el ritmo ha sido maratoniano.


Y aunque todos somos del mismo barro, cada uno, con su “kerygma” personal, hemos sido uno sólo para que todo saliera perfecto: Miguel Ángel, como capitán de este barco, perdón, rectifico, como segundo de a bordo; Encarnita y Manoli, con su toque floral; Mariló y Ani, en la parte logística; Verónica, Leo, Lourdes, María y sus acordes, y especialmente Susana, con esa voz que llega al alma; las cates del despertar y de segundo, que aunque este año les tocaba descanso, han arrimado el hombro; los grumetes “monaguiles” y su arte campanil; Jose, José Manuel, Salvador y Juan, los “bodyguards” de San Juan de Dios; los “paparazzi” oficiales, con su saber estar y todos los que, de una manera u otra, han echado una mano.


Ahora nos toca descansar un poquitín y empezar a preparar las maletas para un nuevo periplo cuando llegue el otoño. Por eso, a todos vosotros, muchas felicidades.

Un día muy especial


Ayer fue un día muy especial. La más pequeña del clan y única fémina entre un grupo de chicos hizo su Primera Comunión. Quizás por eso la ilusión de ser partícipe en preparar ese día para ella fue muy especial.
¿Quién nos iba a decir, hace treinta años, que nos íbamos a ver en estos derroteros? Simplemente, no nos lo hubiéramos creído. Entonces nuestros únicos planes eran pasarlo bien, estudiar y ser felices.
Mucho ha llovido desde entonces, bueno y malo, pero pensándolo bien, los planes no han cambiado del todo, lo de estudiar dio paso al trabajo y a la familia, pero el resto permanece perenne y aprovechamos cualquier ocasión para reunirnos y ser felices. Ayer fue un día de esos. Y como dulce colofón, una linda tarta de chuches que hizo las delicias de pequeños…y grandes. La cara de Noe cuando la vio, el mejor pago al esfuerzo, y el éxito de la tarta, sólo puedo mostrarlo en imágenes.


domingo, 2 de mayo de 2010

Todo un reto


Hoy es un día muy especial. Es el Día de las Madres. Y a mí me encanta. Hay quienes opinan que celebrar este día no es más que fomentar una campaña consumista, sin más sentido que el puramente económico. Pues yo opino lo contrario, ¿por qué? Porque me encanta que me consientan, y hoy lo van a hacer; hoy tiro la modestia por la ventana y presumo de mis dos hijos, que son mi mayor tesoro, que todos, pero todos los días me consienten, y hoy un poquito más.

Creo que ser madre es un don. Unas veces somos madres por voluntad propia, otras, por sorpresa; madres biológicas o madres adoptivas, da lo mismo. Es el amor más grande, el que se da sin esperar nada a cambio, el que no para nunca de crecer.


Ser madre es un contrato por tiempo indefinido, con una jornada laboral de 24 horas, que dura toda la vida y más allá. Hay días malos, y noches malas, pero sobre todo hay días, semanas, meses, años excelentes. El sueldo, de lujo: besos, caricias, abrazos, y escuchar cosas como “qué guapa estás”, “hueles a mami”, “gracias por ser mi mami”. ¡Y siempre eres la primera en aparecer en los títulos de crédito!


Ser madre es acompañar en el camino, e ir detrás, unas veces para evitar la caída, otras para ayudar a levantarse. Todo un reto, del que no empiezas a vislumbrar su verdadera dimensión hasta que el test de embarazo da positivo, o hasta que lo sientes moverse dentro de ti, o hasta que le ves la carita por primera vez, y de ahí en adelante, toda una vida por vivir.


Por eso hoy quiero felicitar a todas las mamás, empezando por la mía, y a las que fueron, a las que son y a las que serán, por haber aceptado este reto y vivirlo con alegría, con esperanza y con el amor más grande que pueda existir.