miércoles, 4 de enero de 2012

La memoria agradecida



Hace unos días tuvimos el privilegio de asistir a un evento muy importante: el 50 aniversario de mi cura favorito, Pepe Carretero, como tal. Cincuenta años de vida de servicio que han recogido su fruto.

El día que Pepe se puso en contacto con nosotros para invitarnos nos habló de “algo” que habían organizado las monjitas para la ocasión, a pesar de su reticencia a ser el centro de atención. ¡Menuda sorpresa nos llevamos al llegar a la residencia! Allí había más gente que en la guerra, como dicen los viejos. Yo no sé como acabaría Pepe aquella noche, después de tantas emociones y con los ochenta y dos años que lleva a sus espaldas; nosotros estuvimos un ratito y salimos completamente emocionados. No hubo manera de poder hacernos una foto de grupo, con lo cual, ésta está pendiente a breve plazo.

¿Cuántas personas son lo que son gracias a Pepe? Creo que eso nunca podrá saberse. Pepe es, como dice Elalelito, un hombre bueno, una expresión tan sencilla como inmensa es su dimensión. Si alguna vez me preguntaran si he conocido a alguien realmente bueno, diría sin dudar que a Pepe.

Un amigo común, Antonio Pérez Sanso, dice que tengo una memoria agradecida gracias a Pepe, y es verdad. Todos aquellos años en la parroquia de Las Flores dieron lugar a que yo volviera a reencontrarme con la Iglesia y a sentirme parte de ella, y a trabajar dentro de ella. Mi labor actual en mi parroquia, con los niños, no es sino mi manera de intentar compartir con ellos algo muy valioso que me regalaron a mí siendo niña: el amor por Cristo y por su Iglesia, de la cual todos formamos parte.

Muchos recuerdos vienen a mi memoria de aquellos años, tantos que casi se podría hacer una serie de televisión al estilo de “Verano azul” y que seguramente muchos disfrutaríamos: las partidas de pin pon detrás de la pared del altar, ¡cuántas misas habrán sido amenizadas con el clic clac de las paletas golpeando la pelota; las canciones algo picantes que más de una vez hicieron salir a Rorro del despacho para llamarnos la atención; las fiestas de Nochevieja en la guardería, con las siguientes en los días posteriores para acabar con el sobrante de bebida y comida; los playbacks de Nochebuena dónde se escuchaba más la música de fondo que a nosotras mismas o aquellos sainetes de los hermanos Álvarez Quintero; las excursiones al seminario, de donde volvíamos con urticaria de las orugas de los pinos; las verbenas de San Juan; los campamentos en la casa-escuela de Tolox y el chiste del de la boca abierta; los primeros amores y los que todavía perduran…

Aquellos adolescentes que empezábamos a descubrir el mundo nos vimos arropados por una persona que nos abrió las puertas de su casa, así, tal cual: Pepe solía mandarnos a comprar su cena, consistente en un paquete de pan Bimbo, la mitad del cuarto de jamón cocido y dos yogures blancos; a cambio, nos dejaba las llaves de su piso y allí nos metíamos toda la pandilla, a escuchar vuelta y vuelta a José Luís Perales en el tocadiscos del cura; tantas tardes viendo diapositivas de nuestras excursiones, o jugando al mentiroso en el salón parroquial; o cuando nos llevaba a todos a comer champiñones al ajillo en el Bar Galindo,…

Nos fuimos haciendo mayores con el mejor guía que se podía tener y, un día, con esa actitud de servicio que sólo él tiene, decidió irse a Venezuela. Aquello fue como cortar el cordón umbilical que nos unía a él, y para mí resultó muy duro, pero así tenía que ser, con los años y la experiencia he llegado a comprender esa actitud de entrega y servicio a los demás.

No perdimos el contacto a pesar de que en los 80 todavía no teníamos esta maravilla de la comunicación que ha resultado internet; usábamos el método clásico, o sea, las cartas y a través de ellas supimos de sus andanzas por tierras americanas… hasta que volvió, a Torre del Mar, ¡esta vez lo teníamos más cerquita!

Su siguiente destino fue Melilla, y desde allí solía venir para irnos casando a más de uno del grupo. Después llegaron la parroquia del Santo Ángel y, en la actualidad es capellán de Las Hermanitas de los Pobres, dónde sigue siendo el mismo de siempre: un hombre sencillo y bueno.

El día del homenaje, todos los que hablaron coincidían en lo mismo, es más, hasta las palabras eran las mismas y eso es algo muy a tener en cuenta, tantas personas no pueden estar equivocadas. Cómo decía nuestra dedicatoria, los ángeles existen y, a veces, Dios los manda a la Tierra para que cuiden más cerquita de nosotros; Pepe es uno de esos ángeles y a pesar de que todos andamos ya por los cuarenta y tantos y él siga llamándome “mierdecilla” en plan cariñoso, nosotros siempre seremos sus “niños” de Las Flores.

Dicen que es de bien nacido ser agradecido y, aunque ya se me adelantó Elalelito, no podía yo dejar la ocasión de hacer este sentido homenaje a José Carretero Ruiz, Don José para nuestros padres, Pepe el cura para nosotros, alguien que sólo puede ser calificado como un hombre bueno.

1 comentario:

ElAelito dijo...

Pues sí, Lupe, no lo has podido contar mejor...Besos