Como
madre, llevo grabados a fuego los recuerdos más hermosos que se puede tener.
Pero esta vez, mi ánimo no alberga nostalgia sino un sentimiento parecido a
liberación. Y es curioso. Y sano. Aunque sea madre hasta el último hálito de mi
vida, como persona, ha llegado el momento de dedicar tiempo a otras facetas de
mi persona. Y es liberador.
Ayer se
graduó mi hijo pequeño, aunque el calificativo le queda ídem porque nos ha
sobrepasado a toda la familia en estatura. Ya no quedan niños en casa. Mi casa
es ya una casa de adultos, aunque dicho con la boca chica porque las hormonas
no terminan de ponerse en su sitio todavía.
Siempre
defendí la máxima de “para atrás, ni para coger impulso” pero el tiempo y las
circunstancias me han hecho ver que esto tiene sus matices, pero sí, siempre
hay que mirar hacia delante, y con ilusión. ¿Qué le deparará el destino a mi “pequeño”
clon?
Espero
que mucho bueno, logrado con esfuerzo, con ilusión, con ganas, con entusiasmo.
Y su alguna vez fallan las fuerzas, ahí estaré yo para empujar un poquito, como
quien no quiere la cosa. Bueno, estaremos su padre y yo, porque esto es una
tarea en común.
Pensé
titular este post “Versión 2.0” pero no creo que sea justo. Mis hijos, aunque
parte de mí, no son una versión mejorada de mi misma o de su padre, aunque tengan
cosas de ambos, eso sí, mucho mejores. Digamos que han salido “más guapos que
los padres”. Ellos son personas únicas y se encuentran en el punto de ir
forjando su destino por si mismos aunque nosotros nos situemos en la
retaguardia. Espero, con la ayuda de Dios, verlos convertidos en hombres de
bien.
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