lunes, 28 de junio de 2010

Aquellos maravillosos años


Mis hijos se van este verano de campamento, una experiencia nueva que tengo la completa seguridad de que también les va a resultar muy enriquecedora. Como los padres no podemos ir los días que estén allí, este fin de semana fuimos a conocer el lugar. La impresión, para mí, fue más que buena y los niños superencantados con las instalaciones, la presentación de las actividades que realizarán, así como el equipo de personas que van a estar pendientes de ellos.

Lo que si me resultó más que cómico fue la reacción de algunas mamás ante el tema de no saber nada de los niños durante esos días, y no es que a mí mis hijos no me duelan, al contrario, el síndrome de gallina clueca sobrevuela sobre mí de una manera más o menos evidente, pero entiendo que ya va siendo hora de ir cortando ese cordón umbilical invisible que nos une para que vayan aprendiendo a ser hombres.

Nuestros hijos están “muy tiernos”, mami o papi están ahí siempre para solucionar los problemas y, a veces, es preferible ayudarles a levantarse que impedir la caída.

Esta experiencia que van a vivir les va a enriquecer más de lo que ellos mismos creen: conocer a otros niños de diferentes lugares, compartir habitación, ayudar en la tareas, vivir en plena Naturaleza; acciones ya de por sí realmente positivas y que además les van a hacer descubrir el valor de lo que poseen, no desde el lado material, sino desde el moral, el emotivo y el religioso.

Y yo, encantada con la idea, ya que me hizo recordar una experiencia idéntica que viví con la misma edad que ellos tienen ahora.

Recuerdo con mucho cariño los campamentos que organizaba Pepe el cura todos los veranos, con los niños de la parroquia. ¡Aquello sí que era rústico! Donde van mis hijos ahora es un complejo caribeño comparado con aquello, ¡pero qué bien nos lo pasábamos!

Era una antigua escuela rural acondicionada para campamentos. El acondicionamiento no era otro que dos hileras paralelas de literas dispuestas entre lo que había sido el aula y la capilla, que todavía conservaba el pequeño sagrario abierto y desacralizado. Aunque había cuarto de baño, no había ni luz ni agua corriente; el inodoro, un fantástico olivar que había un poco más allá, que amanecía con jirones de papel higiénico como si el perro de Scottex hubiera pasado por allí, y la bañera, unas fabulosas pozas de agua del río que vadeaba cuesta abajo, tras una hilera de eucaliptos. Los platos se fregaban en la acequia del huerto del vecino y el agua para beber y cocinar, venía todas las mañanas, en garrafas, desde la venta que había a dos kilómetros, en el cruce.

Recuerdo con mucho cariño las veladas nocturnas, con improvisadas fiestas de disfraces, la canción del “ani kuni”, las pedradas a la vieja campana de la escuela, a Paco Díaz y su mala fortuna para dormir en la litera de arriba, las caminatas hasta la central eléctrica en un intento de cansarnos para que nos acostáramos temprano, con las historias de miedo del cura y el cachondeo de los niños, el chiste del de la boca abierta, las artes donjuanescas de Augusto, la excursión al pueblo con piscina municipal incluida, a Pepe el cura, al que quiero mucho y sobre todo, esas hermosas noches donde millones de estrellas poblaban el cielo.

Por eso me gustaría que mis hijos vivieran una experiencia igual, por la sensación de autonomía que se siente, por el sentido de la responsabilidad que se adquiere, y por los recuerdos que se guardan. Por todos los que están en la fotografía, hoy hombres y mujeres de pro, padres como yo, por compartir aquellos maravillosos años. Va por vosotros.

6 comentarios:

Iris Martinaya dijo...

Ay, que bonito. Ya sabes que yo de niña jamás dormí fuera de mi casa. Me gustaría tanto poder contar anécdotas así, y como también sabrás mis hijos tampoco las podrán contar, pues ninguno de los dos es capaz de separarse de mama.

Besitos y que tus hijos se lo pasen de maravilla.

la parada del 10 dijo...

Enorme coincidencia, mis niños también van a un campamento de verano .
Yo recuerdo mis primeros campamentos en la ciénaga rodeado de culebrillas y escarabajos; los nenes estábamos recogidos en pequeñas cuevas húmedas y las hadas en las flores de los cactus. Los cuervos cantaban al amanecer y despegábamos nuestras la gañas con nuestros deditos sucios, que recuerdos tan olvidables, que hambre pasábamos y que picores nos entraban.
Bueno, que mas voy ha decir de mis jóvenes experiencias, fueron realmente de película ( de miedo)

Promess@ dijo...

Ainssssssssss quien fuera uno de tus nenes para vivir la experiencia!!.
Tiene que ser super emocionante, yo nunca tuve la oportunidad, pero si que sé del hijo de un amigo que este año repite, se lo pasó genial e hizo amiguitos nuevos.
Yo aún no soy mamá, pero creo que si pudiera, haría lo mismo que tu para que disfruten y aprendan a tener responsabilidades, no es cuestión de querer más o menos, equivocada está la persona que piense así. Una madre siempre será una madre en cualquier circunstancia.
Besos.

Anónimo dijo...

La experiencia será fenomenal, yo he estado allí y no solo en ese lugar sino con esa gente y te aseguro que será una experiencia inolvidable.
Un saludo

♥Alicia dijo...

Hola amiga siempre nos compartes con ternura de tí, de tus recuerdos, de tus lugares, de tu familia...
Me encanta leerte.
Un abrazo desde Argentina para tí y
besitos
♥Alicia

Anónimo dijo...

¡Qué recuerdos de esa casita! Con qué ilusión cogíamos el bus para Tolox, con mochila y cantimplora. Cada vez que voy a Tolox espero ansioso el encuentro con la casita y al pasar junto a ella siento una inmensa alegría
ElAelito