jueves, 20 de mayo de 2010

El mapa de los recuerdos IV (Gusto)


El gusto, ¡uumm!, sin lugar a dudas, el más epicúreo de los sentidos. Siendo en su raíz, puro instinto de supervivencia, el hombre lo ha sublimado a la categoría de arte. A través de él, el paladar se educa, como el resto de los sentidos, pero es, ineludiblemente, el que provoca mayor placer.

¿Quién no tiene su mapa de los recuerdos lleno de sabores? El mío está repleto y, por suerte, cada día se colma más. De eso dan fe mis “caprichillos”.

De mis primeros recuerdos, rescato los rosquillos de aceite de mi abuela. Aún la veo, ante la sartén con aceite bien caliente, estirando la masa en forma de churro, y uniendo sus puntas, formando hileras de rosquillos sobre la mesa. Y a mí peleando, porque no me dejaba hacerlos yo misma, argumentando que tenía las manos sucias. Todavía se pueden encontrar en las panaderías, pero no saben tan bien como los suyos.

Otro dulce recuerdo: el algodón de azúcar. Un sabor tan efímero como una pompa de jabón. Feria de Agosto, viene siempre de la mano del sabor del coco y de las chufas en remojo.

Las palmeras de chocolate y los donuts blancos de mis tiempos de colegio, cuando se elaboraban a diario, con aquel azúcar que te dejaba pringosos los dedos. Los Bonys, Tigretones, Panteras Rosas. Ya no saben igual.

Los caracoles que sigue haciendo todavía mi madre: los grandes, en salsa de almendras, y los chiquitillos, en caldillo. Una mañana de domingo, recién descampada tras la lluvia, trasponíamos al campo, bolsa de plástico en mano, a buscarlos debajo de las piedras. ¡Lo que se han perdido mis hijos!

Un trauma infantil superado: los callos, de los que sólo me comía los garbanzos, y la cazuela de fideos, de la que sólo pasaban las almejas, y la desesperación de mi madre ante mis arcadas. ¡Con lo rica que me sale a mí ahora!

Sus lentejas, solas o con arroz, nunca probaré otras iguales.

Los helados de entonces: el sorbete de naranja o el sándwich de nata de Avidesa. O si no, los cortes de helado de barra, chocolate-vainilla o nata-fresa, sendas tajadas de helado entre dos galletas de barquillo que lamíamos perimetralmente hasta dejar pegadas las dos galletas. Cuando había visita en casa, mi madre compraba una barra, y entonces era el disloque: cortes dobles, y si sobraban galletas, a repartir equitativamente. Para el diario, los famosos “flaggolosina” o “polo flash”, o como decíamos nosotros, “poloflan”, por cinco pesetas, estabas un rato pegando sorbetones. Todavía cuando vamos a la playa, los solemos comprar en el quiosco, y tienen más éxito entre los grandes que entre los chicos.


Las meriendas de leche con sirope de fresa y galletas untadas con Tulipán. Me río yo de las Príncipe. Tenía una vecina que congelaba la leche en cubiteras con palillos mondadientes y luego repartía minihelados de fresa entre todos los niños del bloque.

El sabor de las cañaíllas me recuerda a mi padre, sentado en la mesa del comedor con una tapa de éstas, un palillo mondadientes y un vasito de vino blanco. Podía pasarse la tarde entera así, viendo una corrida de toros o una peli del Oeste.

En “Verano Azul”, Piraña se comía los bocatas de calamares. Yo lo superé: bocadillos de coquinas para la merienda. Eso sí. sin las conchas.

De mis tiempos de instituto, tengo el sabor de los bocadillos de tortilla de patatas; era el más caro, 30 pesetas, y el primero en agotarse. Mi clase estaba pegada al bar, y el olorcillo que se colaba sobre las diez de la mañana, cuando la mujer de Ramiro hacía las tortillas, era el inicio de una hora de tortura hasta el timbre del recreo. También recuerdo los chupachups Kojak, y los paquetes de kikos, que intentábamos comer a escondidas en clase, pero nos delataba el olor y había que acabar repartiendo.

De aquellos años de adolescencia rescato hoy las idas y venidas, de toda la pandilla, de la parroquia al quiosquillo de Enrique y viceversa, a la búsqueda de bolsas de Trisquis, revueltos, etc., etc.

Muchos sabores, muchos recuerdos, de esos que te dibujan una sonrisa en el alma. Quizá porque fueron tiempos inocentes. Los sabores posteriores los contemplo como más cercanos, son sabores ya adultos, y aunque la inocencia sigue presente, tienen ya otra dimensión.

En esa dimensión, yo conformo el mapa de los recuerdos de los que me rodean. Mi tarta de zanahorias, mi paella, mis pizzas deformes,…o el tiramisú de mi marido. Todas ellas y muchas más, seguramente dibujarán el día de mañana la sonrisa en el alma de aquellos a los que amo.

2 comentarios:

♥Alicia dijo...

Bouganvilla, ¡cuánta ternura en este post! Me remontó a los recuerdos de mi niñez...
Un beso para tí.

JL Gupanla dijo...

que guay.......