jueves, 23 de septiembre de 2010

Living la noche loca


¿Quién lo diría? Los años no pasen en balde. Ahora, con una cervecita en el aperitivo, una copa de vino en la comida y un espirituoso en la sobremesa ya vamos listos de papeles.

También es cierto que los padres de hijos adolescentes nos llevamos las manos a la cabeza cuando vemos programas de televisión tipo arenamixes o callejeros, donde nos muestran como se divierte hoy en día la juventud. Sinceramente, se nos encoge el corazón y pensamos: “Dios mío, que mi hijo no me salga así”. Y no caemos en la cuenta de que no todos los jóvenes son así ni recordamos que en nuestra época también había de todo.

Hace unos posts hablaba de los lugares que solíamos visitar para comer los jóvenes de los años 70, 80 y 90; también prometí que, algún día hablaría del tema bebida. Y como lo prometido es deuda, hoy me lanzo a rememorar mi época “canalla”, como diría Sabina, que, sin ser pervertida, tampoco fue tan mojigata.

Las primeras salidas, siempre en pandilla, coincidieron con la entrada al instituto, el paso al B.U.P., o sea, Bachillerato Unificado Polivalente, para los que no se acuerden. ¿Quién, de la época de los 80, no ha entrado a tomarse un refresco o una cerveza a La Garrafa, en calle Méndez Núñez? Hace años que no entro; cuando bajo al centro y paso por la puerta me pregunto si todavía es lugar de encuentro de gente joven, supongo que sí. Era, y es, un establecimiento tipo bodega, con los barriles de vino colocados unos encima de otros, con el nombre en la tapa. Me daba realmente pavor entrar, ya que nos solíamos sentar al fondo, porque siempre estaba a tope, y para llegar hasta él, tenías que hacer el paseíllo, es decir, atravesar todo el bar hasta el final mientras todo personal sentado te daba el repaso. Aquello era algo que mis complejos adolescentes no podían soportar; ahora me causa risa, pero en aquellos tiempos era más bien un suplicio.

Otro lugar más que concurrido era Bárcenas, un poco más adelante, en la Plaza de Uncibay. Su especialidad: la cerveza, o más bien, las medidas en las que te la servían. Ahí nunca entré, aunque conozco a más de uno que recuerda cada una de ellas, así como el arte de beber cerveza con pajita.

Un lugar insigne: El Pimpi, establecimiento con solera, visita obligada para todos los foráneos y parroquianos. Bodega con dos entradas, una por calle Granada, la otra por Alcazabilla. Singular su planta a dos niveles y peculiar la escalera que los comunicaba, con su baranda de maroma trenzada. Quien pase por Málaga no puede irse sin visitarla, si quiere capturar la esencia malagueña.

Los años iban pasando, y el abanico de posibilidades se iba abriendo, de la misma forma que se iba abriendo el permiso paterno para llegar más tarde a casa. La Plaza de Mitjana y aledaños estaban repletos de baretos de todos los tipos y colores, aunque no solíamos frecuentar mucho la zona por el intenso barullo que siempre había. Existía un local, creo recordar, en la esquina de C/Ángel, frente a la papelería Morales, que marcó tendencia, sirviendo sidra en vasos chatos, pero no consigo acordarme del nombre.

También estaban los bares de la Malagueta, todavía en activo, como el Malaca o El Navegante, visita obligada cuando íbamos de boda, entre la ceremonia y el banquete. Pedregalejo vivió su época dorada, recuerdo el Bolivia 41, donde servían unos zumos naturales de cuchillo y tenedor: los batían con nata y estaban tan densos que ponías cara de pez cuando sorbías la pajita, y eso que era de diámetro más ancho del normal, pero el zumo no conseguía subir por ella. O Lemon, donde la sangría entraba ligera, ligera y no te dabas cuenta del efecto hasta que te levantabas.

Caso tipo expediente x: Coco´s, hoy Limonar, 13, en la calle del mismo nombre. Ibamos de año en año, por vergüenza, ya que nunca pagábamos, pero no adrede. El sitio era y es una pijada: chalet inmenso en zona residencial habilitado como bar de copas. El ambiente, ahora más relajado pero por aquel entonces siempre estaba a tope, si conseguías sentarte pedías las copas, que abonabas al salir, pero llegado el momento, no había forma humana de hacerlo, porque los camareros no te atendían por más que los llamabas, por lo que solíamos salir de extranjis y sin mirar para atrás hasta el año siguiente, por si acaso se acordaban de nuestras caras.

Pero el sitio del que guardo el recuerdo más grato es, o mejor dicho, era El Café Teatro, en la Calle de los Afligidos. Ubicado en la que fue casa del escultor Pedro de Mena, era el último bar de la noche, donde siempre íbamos a tomarnos como decíamos, “la penúltima”; el ambiente era íntimo, solían exponer cuadros y tenía un patio realmente encantador, donde la conversación relajada, ya con el cansancio de la trasnochada, podía ir acompañada de un refresco, un café o su típica agua de Valencia, servida en jarritas, con su canela por encima.

Pero, como dije, al principio, los años no pasan en balde. Nuevas situaciones dieron paso a nuevas ubicaciones. Las salidas nocturnas fueron sustituidas por las diurnas. Si acaso, una al año, por aquello de que no hace daño. Es, como diría, el Rey León, el ciclo de la vida.
Fuente imágenes: Google

1 comentario:

Inmaculada dijo...

Lupe me has hecho recordar ... buenos momentos!!!!
Besos preciosa.....;)